Hace unos días, atendiendo a un compromiso institucional, asistí a la disertación de Mario Vargas Llosa sobre el futuro de Latinoamérica. No hay duda que Vargas es un gran escritor, merecedor del Nobel de Literatura, y que sus mejores novelas son de su primera época. Ahora bien, una cosa es manejar la ficción, escribir novelas, y otra asumir el papel de intelectual, de alguien que pretende analizar en el espacio público lo que acontece en el mundo con sus conflictos, sus injusticias, a la vez de echar luz sobre estos acontecimientos que afectan a las sociedades y sus gobiernos. En los 90 Vargas intentó ser presidente del Perú y fue vencido por Fujimori, pero mucho antes había hecho su resonante mutación ideológica, adoptando finalmente el neoliberalismo, que tantas satisfacciones personales le ha dado. Vargas siempre hace alusión a la libertad y la democracia, lo que a mi entender es meritorio, pero lo hace para defender el sistema actual, y a partir de allí opina lo que sucede en el mundo, en Latinoamérica, no sin dejar de reafirmar su concepción del libre mercado. En mérito a su gimnasia narrativa, subraya ciertos tópicos ideológicos con los que se identifica en cuerpo y alma, y critica otros que no son de su agrado, manifestando un profundo rechazo por todo aquello que huela a izquierda. Para muestra un ejemplo, en su discurso de marras alabó las nuevas clases medias de Chile, pero cuando se refirió al Brasil, más allá de su dura condena a Lula (situado en la vereda ideológica opuesta) omitió hablar de las nuevas clases medias brasileñas, fenómeno de mucha mayor envergadura que el chileno, pues, él no puede ignorar que durante el gobierno de Lula 30 millones de seres humanos salieron de la pobreza y se incorporaron a la clase media. Quiero aclarar que esto no significa exculpar al obrero metalúrgico que llegó a ser presidente de aquello que hoy está siendo investigado por la justicia de su país, más allá que sea una justicia politizada y que haya un parlamento donde más del 60% de sus miembros (entre oficialistas y opositores) tienen causas ante la justicia, situación que debería inhabilitarlos como parlamentarios. Un intelectual puede equivocarse, y a menudo sucede, pero lo importante es dejar a salvo su “honestidad intelectual”. Cuando se trata de su amigo Aznar, muy repudiado por amplios sectores de la población española, dado el alto nivel de corrupción que existe en el PP (mayor que en los socialistas), las numerosas irregularidades que se cometieron en su gestión, y sobre todo su responsabilidad en la criminal invasión a Irak junto a Bush y Blair, que costó la vida de tanta gente inocente, Mario Vargas Llosa mira para otro lado, evitando criticar a su amigo.
Hay un Vargas escritor, así como un Vargas político y, un Vargas que ya pertenece al jet set, como lo revelan las tapas de las revistas y semanarios de peluquería donde frecuentemente aparece con su actual pareja. Esto último es curioso, sobre todo por su severa condena a la civilización del espectáculo, pues, todo nos lleva a admitir que se ha convertido en una víctima de su crítica. Últimamente, con el escándalo de los Panamá Papers, la prensa reveló que habría vendido su sociedad offshore días antes de recibir el Premio Nobel (2010). En fin, me gusta el Vargas Llosa novelista.
La mayoría de los intelectuales son escritores, pero la mayoría de los escritores no son intelectuales. Juan Marsé ha sido muy claro cuando le entregaron el Cervantes y ante el requerimiento periodístico se negó a que lo considerasen intelectual, dijo que él no trabajaba con las ideas. Marsé, de quien leí en plena juventud, Si te dicen que caí, es uno de los grandes novelistas de nuestra lengua, lo que no le impide que dé sus opiniones sobre los problemas de Cataluña y la marcha del mundo actual, como lo hace cualquier ciudadano, sin necesidad de imitar a Sartre, cuando ya envejecido y casi ciego, subido sobre un tambor de petróleo con un megáfono arengaba a los obreros huelguistas de la Renault (la fotografía del acto ya es un ícono) o incluso cuando repartía en las calles el periódico clandestino La Cause du Peuple, motivo por el que fue arrestado por la policía. El General De Gaulle, declarado enemigo del filósofo existencialista dijo: “No se lleva preso a nuestro Voltaire”. Claro, eran otros tiempos, estaba de moda el compromiso. El modelo sartriano de intelectual ya no existe, ha sido reemplazado por un modelo mediático de dudosa calidad, afín a un consumo masivo donde no hay mayor cabida para la verdad, la reflexión y mucho menos la lógica.
Confieso que me siento muy a gusto con intelectuales como Albert Camus, José Saramago y Juan Goytisolo, en quienes no solo admiro el arte narrativo, la cosmovisión y la veta poética, sino la capacidad de haber sabido articular coherentemente la vida, con la obra y la persona. Con ellos suelo dialogar a través de sus escritos.
Otro tópico son las narrativas vanguardistas, que siempre han tenido su público, habitualmente artistas o simpatizantes del arte, jóvenes y rebeldes. En realidad, la rebeldía es naturalmente parte de ser joven y, hay que comprenderla. La intención de la vanguardia fue, ha sido y es destruir lo viejo, haciendo surgir una contracultura. La creatividad de la identidad vanguardista se la ve atada a una suerte de destrucción creativa. De allí que el blanco preferido sea la tradición, esa costumbre que los jóvenes respiran con dificultad, y que llegan a percibir como una atmósfera asfixiante. Sin embargo, a veces lo nuevo no es más que lo viejo hecho por jóvenes (…)
Hoy ya no sabemos qué es la cultura, o nos resulta muy difícil definirla, si bien nos damos cuenta de lo que es, no sé si por mera intuición. Tal vez el problema resida en que a casi todo hoy se le llama cultura, lo que favorece la confusión, y también porque han aparecido otros medios de difusión. En efecto, la cultura ya la hallamos en la Red, en los blogs, en los podcasts (archivos de audio o video que pueden incluir textos y que se cuelgan en Internet). Las expresiones culturales se han multiplicado en estas últimas décadas y no tengo duda que seguirán aumentando. Ni hablar de las narrativas tecnológicas y científicas, que nos conducen a un futuro impredecible, cuyos logros estarán al alcance de ciertos sectores de la sociedad que tienen el dinero suficiente para costearlos, dejando al margen a ese cono de sombra de la humanidad que muchos prefieren ignorar, sin advertir que allí existe un polvorín (…)
El Siglo XXI ha hecho resurgir la narrativa de los refugiados y de los migrantes económicos, propia de la primera mitad del Siglo XX. Pero la situación actual adquiere ribetes dramáticos. Ya no se trata de algunos indocumentados que se desplazan por Europa buscando trabajo para sobrevivir, como acontecía en los años 70, en que pude comprobarlo por vivir allí. Ahora son familias enteras las que abandonan sus hogares, prácticamente con lo puesto, huyendo de la guerra. No se trata de gente que pretende hacerse la Europa, huyen de las bombas y de las balas. La guerra de Siria lleva cinco años y ha obligado a 11 millones de seres humanos a abandonar sus hogares. ¿Quien quiere abandonar su casa para vivir en una carpa de un campo de refugiados? El drama de estas personas comienza cuando deben dejar la casa para huir de la guerra y en el camino suelen soportar todo tipo de vejámenes como violaciones, robos, torturas, ser presa de organizaciones que manejan la prostitución o de las que los transportan clandestinamente a cambio de dinero para luego abandonarlos, y en el peor de los casos, hallan la muerte en aguas del Mediterráneo. Una triste y vergonzosa historia. Pero claro, la mayoría de ellos profesan la religión musulmana, en consecuencia se los considera potenciales terroristas, con lo cual comienza otra narrativa, la de la islamofobia. Para colmo, en medio de los temores y la indignación de los europeos, aparecen aquellos líderes que se presentan como caudillos mesiánicos, aprovechando el justificado enojo de la población autóctona por los duros recortes económicos que le imponen sus gobiernos autistas en nombre de la democracia. Por ello, el racismo, la xenofobia, el multiculturalismo y otros conflictos son tapa de los diarios, como si no hubiera otros problemas de mayor envergadura que aquejan a la Humanidad.