• Nota biográfica de Roberto Miguel Cataldi Amatriain

Conflictos, Intereses & Armonías

~ Blog sobre Crítica Cultural / por Roberto M. Cataldi Amatriain

Conflictos, Intereses & Armonías

Archivos mensuales: diciembre 2016

La postfactualidad o la mentira legitimada

22 jueves Dic 2016

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Estamos en los últimos días del año 2016, con más sorpresas e incógnitas que cuando lo iniciamos, al extremo que no sabemos ni imaginamos con qué noticia mañana nos desayunaremos. Las estructuras socioculturales siguen modificándose  y los paradigmas cambian. La democracia y las instituciones republicanas se hallan en su más alto descrédito, los privilegios de unos pocos con cartas credenciales de derechos adquiridos, las desigualdades lesionando la dignidad de las personas, así como resultan patéticas la lucha contra el hambre en el mundo, la globalización capitalista, el enriquecimiento ilícito de las élites o castas, la corrupción en todos los niveles sociales  y poderes estatales, las migraciones, la falta de oportunidades, el trabajo precarizado, el terrorismo, las guerras, en fin, todo revela un horizonte desvanecido y confuso.

Este año se ha impuesto hablar de la postverdad y, algunos lo ven como un nuevo paradigma. Al punto que el Diccionario Oxford ha declarado a la postverdad como la palabra del año. El tema surgió fundamentalmente de los referendos realizados en Europa y de las elecciones en los Estados Unidos. Los resultados nos habrían situado en una suerte de democracia postfactual o postverdad. En efecto, ya no importa que un hecho sea verdad o mentira, lo que importa es lo que “sienten” los votantes ante ese hecho. La evidencia surgida en estos meses nos pone ante una política donde se esgrime un discurso basado aparentemente en hechos, pero que son falsos y están tergiversados. Hay quien ya habla de una “democracia sentimental”. En realidad, esto no es nada nuevo, pues, en muchas otras oportunidades la gente se manifestó así, la diferencia está en que ahora los medios no logran formar opinión como antes y la tecnología comunicacional los ha desplazado, simultáneamente los políticos siguen desencantando a su feligresía, los analistas y opinólogos se equivocan estrepitosamente en las encuestas y pronósticos, a la vez que la crisis se prolonga demasiado y, las redes sociales ya sirven para cualquier cometido, ejemplo los tuits con exabruptos de políticos irresponsables.

Tucídides, un general e historiador que participó de la Guerra del Peloponeso (una suerte de guerra mundial de la antigüedad), advirtió que en cualquier guerra la primera baja es la verdad. Por ello no esperemos que en medio de una guerra surja la verdad o se haga un culto de ella, ya que todo estaría permitido, comenzando por la mentira. También al ateniense se lo reconoce como inspirador del realismo político, que los alemanes llaman “realpolitik” (política de la realidad), y que establece que entre las naciones la relación se hace en función de poder y no en razón de la justicia. De esto no hay duda, porque en la vida real el poder tiene mucho más peso decisorio que el ideal de justicia. Claro que en el manejo político de la cosa pública, creo que la verdad es fundamental para intentar ubicarnos en la realidad. Aristóteles veía a la realidad como la única verdad. Hemos llegado al Siglo XXI  y me resisto a aceptar que la verdad sea un dato menor, sin mayor importancia, y se avecine sobre las sociedades democráticas (aunque solo lo sean en lo formal) otra avalancha de autoritarismo que nos retrotraiga a etapas que se vivieron en la primera mitad del Siglo XX y que costaron decenas de millones de vidas humanas. Algunos analistas dicen que más que el recelo hacia la verdad, los votantes han dejado de creer en las instituciones y sus representantes, de allí que cierren filas en torno a sus sentimientos. Es posible. Las culpas están repartidas, pues, no sólo se trata de la globalización o el postmodernismo, también cargan contra la tecnología actual, el papel de los medios, el relativismo, entre otros factores. En fin, todos han contribuido a crear un clima de desconfianza.

La más universal de las debilidades humanas es la falacia, solía decir Mark Twain. Un pesimista y nihilista como Nietzsche, pensaba que a los que tienen  pensamientos bajos es inútil mostrarles la verdad. Por mi parte, creo que cuando uno se acostumbra a decir la verdad, incorporándola como un hábito, se siente liberado de tener que recurrir a la memoria una y otra vez, más allá de que algún traspié sea inevitable. Pero también están los que prefieren seguir el consejo de Jules Renard,  quien sostenía la utilidad de decir la verdad de vez en cuando  para que  le crean cuando dice una mentira (…)

La mentira se adapta muy bien a la cocina política y nos hemos acostumbrado a digerir historias mentirosas. El populismo de nuestros días plantea la lucha del pueblo contra la élite en el poder y por supuesto ese pueblo es conducido por un líder carismático, que propone soluciones sencillas y radicales a problemas serios y complejos. A ello hay que agregarle la provocación, la rabia, la movilización callejera y, una polarización extrema que divide el escenario entre los buenos (ese pueblo “virtuoso” pero cansado de tantos atropellos a sus derechos) y los malos, a los que solo les importa el poder y el dinero. En plena vida democrática el supuesto redentor pide a viva voz que vote el pueblo (que ya votó cuando eligió a sus representantes). La libertad de opinión tiene que basarse en la información basada en los hechos, lo que exige poseer una buena información, que sea veraz, de allí la misión del periodista. Pero como lo que importa son los efectos que producen el discurso o la noticia, la farsa está a la vera del camino.

La rebelión siempre despertó admiración, desde la que encabezó Espartaco contra el mayor imperio del mundo antiguo, y mucho antes, cuando Moisés logró que el pueblo de Israel escapase de las garras del Faraón. En ambos casos, el motivo decisivo fue la esclavitud, que por cierto no ha perdido vigencia en el mundo actual. Claro que en nuestros días hay formas camufladas de instrumentarla, ya sea a través de las finanzas y los bancos, el trabajo abusivo, el poder de las armas, e incluso la religión con sus dogmas. Mientras tanto, aquellos que asumen posiciones moderadas, partidarios de la prudencia y que alientan el diálogo reflexivo, son acusados de cómplices del sistema.

Cada época elabora sus coartadas e inventa sus relatos. Nietzsche decía que no existen los hechos, solo hay interpretaciones, y al parecer eso es lo que hoy cobra fuerza. Hace poco vi la película Good Kill, donde un grupo de soldados desde un tráiler ubicado en una base de Las Vegas, accionan un dron militar de largo alcance que manejan como si fuese un videojuego on line y que usan para matar talibanes en Afganistan, pero matan más civiles inocentes que terroristas. Estas muertes no son más que “daños colaterales”. Barack Obama, que a los pocos meses de instalarse en la Casa Blanca le concedieron el Premio Nobel de la Paz (aún no se sabe qué merito hizo para obtenerlo), también ha apelado reiteradamente a la mentira para defender este accionar criminal, camuflado de precisión quirúrgica (surgical strike, precisión kill). Sin embargo, informes independientes denuncian que el porcentaje de error es altísimo, se habla de más del 90%. Los operadores a través de una pantalla fijan el blanco, aprietan un botón que produce una explosión que se ve en la pantalla y, luego fragmentos de cadáveres esparcidos, entre los hombres y mujeres inocentes, no faltan niños (daños colaterales).

Desde hace semanas los periódicos españoles informan sobre un rector de una universidad estatal de Madrid al que se le habrían comprobado no pocos plagios en sus textos. La noticia ya no sorprende, ha sucedido con ministros y magistrados, que sorprendidos en la falta, han dimitido inmediatamente. No es el caso de este señor, cuya actitud algún periodista  califica como propio de rábulas. En el mundo contemporáneo, y sobre todo en las élites, la vergüenza está en franca retirada. Para peor, la institución que debería preocuparse de su propio prestigio, no reacciona, los pares miran para otro lado. Un estudiante universitario dice en una carta de lectores que, los trabajos de los alumnos son revisados con lupa en busca de cualquier indicio de copiado, y acota: ¿porqué los alumnos tenemos que regirnos por esta norma y no un rector? ¿No tendría que predicar con el ejemplo? Este joven inteligente está descubriendo el mundo en que vive, y al parecer, hoy la indignación quedaría reservada solo a los jóvenes.

Entre la Literatura y la Ciencia

06 martes Dic 2016

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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A mediados de la década del 90 coordiné una mesa redonda sobre literatura, medicina y ética, donde participaron como panelistas, Alicia Jurado de la Academia Argentina de Letras y José Isaacson del PEN Club Internacional. Unos días antes hablé por teléfono con Alicia sobre el tema y me dijo que entre la literatura y la medicina no existía ninguna relación. Me sorprendió su afirmación, luego pensé que podía tratarse de una boutade. Un rato antes de comenzar la reunión,  les dije que estaban en plena libertad para abordar el tópico que les pareciese, pues, de esa manera procuraba darle cierta dinámica al encuentro. La reunión salió muy bien, según confirmaron los asistentes. Jurado abordó los problemas sociales del aborto y el concepto de infalibilidad papal, mientras Isaccson mencionó las características de la relación médico-enfermo y los aspectos mercantilistas. Pero mi objetivo no se cumplió, ninguno se metió en el terreno donde la literatura se cruza con la ciencia, teniendo como marco a la ética. Tengamos presente que Isaccson no solo es filósofo y poeta, se graduó de ingeniero en la UNLP y, Alicia además de novelista y ensayista, era licenciada  en ciencias naturales por la UBA, con un hijo ingeniero y una hija médica. En otras palabras, para ninguno de los dos, dedicados en cuerpo y alma a la literatura, el mundo de la ciencia les resultaba extraño. Yo llevaba ciertos comentarios para analizar así como citas famosas de médicos de la antigua Grecia que también fueron filósofos y poetas. Claro que además de los griegos no olvidé a Maimónides, tampoco a Averroes, Antón Chéjov, Gregorio Marañón, José Ingenieros, Pedro Laín Entralgo, entre otros. En fin, la experiencia me ha enseñado que cuando un panel se mueve con absoluta libertad, uno jamás sabe como finalizará (eso es lo interesante), y con los hechos y sucesos de la vida cotidiana pasa algo similar. A ambos los recuerdo con admiración por el talento y la seriedad de sus trabajos.

En alguna oportunidad he sido testigo de la descalificación de un artículo científico no porque su contenido careciera de solvencia, sino porque era muy literario y poco científico. Es decir, el cuestionamiento no era tanto metodológico sino más bien formal, tenía que ver con la manera de presentar el tema, la hipótesis de trabajo, los datos obtenidos, así como la discusión y las conclusiones. El artículo no carecía de validez científica, el problema era el estilo con que el autor redactó su informe, distante de la preceptiva científica y afín a la literatura. También he sido testigo de la situación inversa. Como ser, que en las llamadas ciencias humanas o del espíritu, concepto epistemológico que designa a un grupo de disciplinas cuyo objeto es el ser humano en su relación con el lenguaje, el arte, el pensamiento y la cultura en general, el discurso tenía un lenguaje científico, pese a que en el fondo no decía  nada nuevo o revelador.

Creo que cuando alguien habla de cultura, salud, educación, dignidad, libertad, democracia, todos sabemos de qué se habla, o quizá creemos saberlo. Pero cuando nos piden que definamos esos términos nos enfrentamos a un serio problema. La prueba es que hay innumerables definiciones para cada uno de ellos, lo que revela que no existe una definición certera que a todos nos deje satisfechos. También se habla de “literatura médica” como un conjunto de obras propias de la medicina. Y en el lenguaje coloquial, decimos con ánimo crítico que el discurso de tal político tiene mucho de literatura por no decir de palabrería o verborragia.

A esta altura es menester preguntarse: ¿qué caracteriza a la literatura y en qué se diferencia de la ciencia? Desarrollar el tema nos llevaría mucho tiempo, pero dada la brevedad del artículo procuraré dar algunas pistas.

La literatura tiene que ver con el arte de la palabra, pues, la literatura se hace con palabras. Las obras literarias suelen clasificarse según el género, la época o la nación. Wallace Stevens, que trabajó toda su vida como abogado de compañías de seguro, consideraba que el poeta mira el mundo como un hombre mira a una mujer, es decir, con amor, y que tiene que amar las palabras, las ideas, las imágenes y los ritmos. Por eso la poesía tiene que ver con el amor. La literatura de ficción, que se representa habitualmente en la novela y el cuento, pero también en el relato cinematográfico, hace alusión a lo inventado o fingido. El teatro se acomoda muy bien a la literatura ficcional, pero tiene una fuerte impronta oral. El género ensayístico permite una gran libertad de pensamiento y obviamente de expresión, hasta da cabida a la imaginación, y como decía el pedagogo francés Jacky Beillerot, tiene una capacidad de imaginario que puede rendir cuenta de lo real de una manera diferente de la investigación.

No recuerdo dónde leí que la ideología es la representación imaginaria de los individuos con sus condiciones verdaderas de vida. En consecuencia, la literatura tiene mucho que ver, tanto por lo de la representación como por lo de la imaginación.

La ciencia, en cambio, está guiada por la investigación y regida por un método, que llamamos el método científico. En la evaluación de una publicación científica uno pretende hallar las respuestas a una serie de preguntas puntuales que suelen consignarse al inicio del artículo. Ante tanta información, imposible de procesar en la mente, uno pretende que el informe -en la medida de lo posible- sea breve, además de claro y preciso. Nadie espera de un científico el métier  de un escritor o el conocimiento de la lengua de un gramático, pero sí que sepa redactar. El rigor científico incluye los datos estadísticos, cuyo análisis debe ser cuidadoso, ya que en ocasiones la recopilación de datos posee un sesgo ideológico o institucional.

Las estadísticas, que pueden estar bien hechas o incluso fraguadas (de estas últimas los argentinos sabemos mucho), se prestan a diferentes interpretaciones. Me viene a la memoria que para Borges, maestro de la ironía, la normalidad y la democracia eran  cuestiones estadísticas, y que Josef Stalín, a quien responsabilizan del Holodomor entre otros crímenes, sostuvo que la muerte de un individuo constituía una tragedia, pero un millón de muertes era sólo una estadística. A veces pienso que la realidad se nos presenta como una especie de test de Rorschach, es decir, una mancha en la que cada uno cree ver una cosa diferente.

La actual realidad científica, tecnológica, literaria, en suma cultural, se le ofrece al gran público a través de los medios periodísticos. Y la preocupación de los grandes medios pasa por la noticia, por el estruendo mediático que llega a describir grandes hechos que pueden ser falsos, mientras olvida o ignora verdades que considera minúsculas, pero que habitualmente la literatura recoge porque sabe captarlas. Hay voces que alertan por el peligro actual de que la literatura se vuelva periodística, que la creación literaria se torne indistinguible del periodismo. Pensemos que muchos de los grandes escritores del siglo pasado y del actual han cultivado el periodismo y, buena parte de su obra hay que rastrearla en los periódicos.

La crónica y la historia son géneros que acaparan la curiosidad de los lectores. Hace pocos días murió Fidel Castro. No recuerdo cuántas crónicas leí en los periódicos. Para algunos era un ángel, para otros un demonio. Pocos análisis revelan imparcialidad de juicio. En medio de las turbulencias pasionales es muy difícil expedirse con un juicio equilibrado. Hace falta tiempo para establecer una vía entre el reconocimiento y la condena de lo que aconteció en Cuba durante medio siglo. Recuerdo que en la Fundación Universitaria Española, frente al Parque del Retiro de Madrid, concurrí a un curso de filosofía y, quien nos daba lógica, conocía a Fidel desde su adolescencia, pues, este jesuita lo tuvo como alumno durante dos años en el colegio de la Habana al que asistía. Corría la década del 70, estábamos en plena Guerra Fría, y ya Fidel tenía mucho de mito. Nosotros le preguntábamos al profesor cómo era de adolescente, y nos decía que sumamente sociable, sin dudas el más sociable de la clase (…)

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