Un político no puede ser inocente y tampoco crédulo, ya que los errores en política tienen un costo. Mucha gente espera que el político sea como un jugador de póker, que tenga la concentración y la disciplina para apostar de manera contundente o saber retirarse a tiempo, de allí que estos jugadores suelen triunfar en el mundo de los negocios, pero la política no se reduce al ámbito de los negocios como muchos creen. He conocido gente que se preciaba de saber mucho de política o de su degeneración, la “politiquería”, pues revelaba saber de ardides, entuertos, traición, deslealtades y noticias falsas, términos o conductas al margen de la ética y, también detecté que evidenciaban una ignorancia supina de la historia local, no hablemos ya de la historia universal.

Según el Banco Mundial, cuando Evo Morales asumió como presidente, Bolivia tenía un 38% de pobreza y se redujo a un 15%, mientras el PBI aumentó un 4%. Para el FMI resultó ser el país con mayor crecimiento de la región. El desempleo se redujo a la mitad, se hicieron miles de obras en educación, salud, vialidad, etc. La inclusión de la población indígena y de los campesinos fue muy importante. ¿Pero qué sucedió para que el caos se apoderara del país mediterráneo? Morales asumió democráticamente la presidencia en 2006 y estaba facultado por la Constitución a poder ejercer durante dos períodos consecutivos, pero cambió las reglas y obtuvo un tercer mandato, no satisfecho en 2016 celebró un referéndum para postularse por un cuarto mandato consecutivo y, el resultado popular le fue adverso, entonces se dirigió al Tribunal Constitucional donde tenía adeptos, con el argumento de que impedirle competir por un cuarto mandato “violaba sus derechos humanos” y, el Tribunal lo autorizó. La noche del pasado 20 de octubre los resultados no lo daban ganador en primera vuelta, se interrumpió misteriosamente la información que se retomó casi un día después y, sorpresivamente se había revertido la tendencia en su favor. Ya se comentaba que en una segunda vuelta todos los opositores se unirían en su contra. El resto de la historia está en curso y quién sabe cómo terminará. Pero si Evo se hubiese retirado al finalizar su mandato constitucional, otra sería la situación, claro que ésta es una hipótesis contra-fáctica. Y si consideraba que su política progresista debía continuar, estaban sus colaboradores, su partido para sustituirlo en las urnas. Sin embargo ignoró la autocrítica, su personalismo se convirtió en autocracia y creyó, como les sucedió a tantos otros líderes, que podría perpetuarse en el poder. En efecto, los políticos viven luchando por alcanzar el poder, que sin duda es su principal objetivo aunque digan lo contrario y, cumplido el cometido se resisten a dejarlo. El poder es una droga peligrosa porque crea adicción… Bolivia tiene una grieta étnica. La clase media blanca nunca quiso que un indígena cocalero fuese presidente y menos que las cholas estuvieran en estamentos del poder. Las élites suelen considerar que las masas tienen una voluntad incapacitada o errónea que exige de una tutela. La participación del ejército, por cierto maquillada, nos remite a épocas nefastas que creíamos superadas en América Latina. El papel de las religiones fue lamentable, al margen de su verdadero cometido: lo espiritual. En fin, aquí como en otras tantas regiones del mundo, la sociedad está peligrosamente dividida.

Hace exactamente diez años recorrimos durante quince días Estambul y Capadocia. Entonces Turquía nos parecía bastante diferente de la actual, incluso Recep Tayyip Erdogan llegaba a inspirar confianza. Recordemos que en el siglo pasado, con la derrota de los otomanos en la Gran Guerra, Gran Bretaña, Francia, Italia y Grecia se repartían sus territorios, dejándole a los turcos Estambul y parte del Asia Menor. Esta humillación dio pie para que Mustafá Kemal liderase la Guerra de Independencia, que culminó con la fundación de la República de Turquía. La gesta permitió salvar la unidad territorial y despertó la pasión del pueblo por Mustafá, que luego fue conocido por el sobrenombre de Ataturk (significa Padre). Él era un oficial del ejército con ideas nacionalistas, muy hábil en cuestiones estratégicas y convencido de que era necesario imponer las ideas de la Modernidad. Convirtió a Ankara en su cuartel general y luego en la capital de la república, pues, la antigua Constantinopla era muy vulnerable por su historia de invasiones, despojos, violaciones y saqueos. El progreso de Occidente ejerció una profunda seducción en Mustafá Kemal, al punto que vestía ropas occidentales. Algo similar sucedió mucho antes con Pedro El Grande, que intentó la modernización de Rusia tomando el ejemplo de Occidente, llegando a prohibir el uso de la barba e imponiendo las vestimentas occidentales, excepto en los miembros del clero y los campesinos. Si bien los rusos tomaron nota de los adelantos europeos en materia económica, técnica, administrativa y hasta en ciertas reformas sociales, la ley seguía sujeta a la arbitrariedad del zar. Claro que en Turquía fue diferente, Mustafá Kemal sabía lo que era necesario para sacar al país del atraso y sustituyó el alfabeto árabe por el latino (posteriormente Stalin ordenó en la Unión Soviética la “cirilización” del alfabeto en lugar del latino), cerró las madrazas, reemplazó la sharia por un código civil basado en el suizo, adoptó el Código Penal italiano y el Código de Comercio alemán, le otorgó a las mujeres el derecho al voto en 1934 (mucho antes de que esto sucediese en la Argentina), además de otras medidas que fueron revolucionarias. John Dewey, el célebre pragmatista norteamericano, ávido lector de Hegel, Darwin y William James, lo asesoró en la reforma educativa. Con la sustitución del alfabeto árabe se produjo la revolución de los signos que redujo drásticamente el analfabetismo, convirtiendo a Turquía en el país musulmán con mayor índice de alfabetización. Ataturk dispuso la laicidad, que generó problemas con los religiosos y, decidió que Turquía se mantuviese distante del comunismo soviético. Pero Erdogan hizo cambios, como el retorno del estamento religioso; muchos ven una involución, es el caso de los derechos humanos. Un proyecto urbanístico, la construcción de un centro comercial en uno de los pulmones verdes de Estambul puso en marcha la Primavera Turca. El desalojo de la plaza Taksim y el parque Gezí, abarrotado de turcos indignados, puso al descubierto las injusticias del régimen, a pesar de sus victorias en las urnas. En efecto, fue el disparador contra un autoritarismo tolerado por sus aciertos económicos. Hoy la obsesión de Erdogan es llegar en el poder al 2023, año del primer centenario de la independencia.

Manuel Castell, que junto a Daniel Cohn-Bendit y otros intelectuales participó del Mayo Francés, sostiene que el gran problema hoy es “la crisis de la gestión de la crisis”. Para el sociólogo el nuevo gran actor político son las redes sociales que están en todas partes y, cuando la gente se cansa y no aguanta más, sale a la calle a protestar. Lo simbólico es que son movimientos espontáneos, no tienen líderes, la convocatoria se hace a través de las redes que no pueden ser controladas por el gobierno. En tanto los demagogos procuran captar a los marginales del sistema, como sucedió en Italia, Hungría, Polonia y otros lugares. China y Rusia están al margen, son dictaduras, y como advierte Castells, es peligroso que la estabilidad se la asocie a la ausencia de democracia. Hoy líderes como Trump llegan al poder por la vía democrática pero no creen en la democracia.

En cuanto a los nacionalismos, pienso que en el fondo no son más que la exacerbación de los instintos de la tribu, de allí que insistan en la identidad y desprecien todo lo que viene de afuera. Por su parte la gente busca información donde sabe de antemano que estará de acuerdo. No se persigue una información veraz, se busca confirmar lo que se piensa. No es mi caso. Suelo leer autores con los que no estoy de acuerdo porque quiero saber en qué se basan y tengo por costumbre antes de emitir una opinión que sea pública, mirar responsablemente el bosque, no quedarme solo con la imagen del árbol.

Creo que ya no se trata del relativismo, es más bien el escepticismo. La gente pide elecciones, decide votar, pero no cree en sus representantes. Los gobernantes están muy distantes, por eso nadie cree en nada. En tanto los políticos participan de una rosca donde el nepotismo, el amiguismo y los negociados se imponen. Ellos no dejan entrar a nadie que no quieran. Por eso no hay listas abiertas sino cerradas donde injertan a cualquiera (un clásico entuerto de los partidos), tampoco hay candidatos independientes, las leyes electorales con sesgos por intereses partidarios (¿representación proporcional?) y, con todo tipo de patrañas se combate el voto en blanco por ser un voto contra todos los que compiten. El sistema está viciado, es, lo más parecido a una olla podrida.

Los chalecos amarillos cumplieron un año de vida. Representan a las clases medias empobrecidas de Francia, también a las ciudades y pueblos alejados de las metrópolis. Las protestas se dispararon por el aumento del precio del diésel. Macron respondió con represión, pero la tensión fue en aumento y el gobierno tuvo que ceder. En efecto, Macron dejó de lado su habitual soberbia intelectual y escuchó a la clase trabajadora blanca, la gran perdedora de la globalización, y dijo “…me recordaron lo que yo tendría que ser”. La indignación está de vuelta. La protesta se halla en todas partes y flota en el aire. La gente está cansada del saqueo y desmantelamiento de las instituciones de solidaridad social. Piden que se construya una realidad alternativa, justa. Ante un clima que se torna irrespirable, es necesario replantear “esta democracia” y “este capitalismo”. Repensar el pacto social, la protección de los débiles, el futuro de los jóvenes. Si los gobernantes fuesen inteligentes prestarían mucha atención a las mayorías silenciosas, pues tienen su lado oscuro, al igual que esos individuos amables que parecen anodinos y a los que nadie tiene en cuenta, pero un día se les despierta la ira y, entonces ya es tarde…