• Nota biográfica de Roberto Miguel Cataldi Amatriain

Conflictos, Intereses & Armonías

~ Blog sobre Crítica Cultural / por Roberto M. Cataldi Amatriain

Conflictos, Intereses & Armonías

Archivos mensuales: agosto 2014

Un pasado de terror, un futuro incierto

25 lunes Ago 2014

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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En mi niñez pude ver en las principales avenidas de la ciudad los tanques del ejército movilizados para tomar posiciones estratégicas, las tropas que copaban los edificios públicos, las radios y la televisión, los vuelos rasantes e intimidatorios de los aviones de la aeronáutica y de la marina, cuando no dejaban caer alguna bomba, ametrallaban un cuartel o también un objetivo civil, y los barcos de guerra apostados en el puerto con sus cañones apuntando a la destilería listos para abrir fuego, mientras las emisoras pasaban marchas militares interrumpidas cada tanto por la lectura de algún bando militar. También vi en la calle a grupos de civiles que se embanderaban con uno u otro bando. Todas esas imágenes, pese a mi corta edad, las tengo nítidas en la memoria como si hubiesen ocurrido ayer.

Nuestros militares jamás estuvieron unidos o detrás de un objetivo común, ni siquiera cuando fue la Guerra de Malvinas. En no pocas oportunidades había que lamentar muertes, sobre todo de soldados –los colimbas-, pero también de civiles, muy raramente de algún oficial de alta graduación. La escasa información era monopolizada por los militares y la gente aguardaba temerosa en sus casas la definición del conflicto. Lo curioso es que los bandos enfrentados decían defender la patria, algo que a mi escasa edad no alcanzaba comprender, ya que si ambos defendían lo mismo porqué no se ponían de acuerdo. A partir de los 70 comencé a darme cuenta de la visión y la metodología que utiliza el sistema de poder prácticamente en todas partes, con una óptica reduccionista y perversa, una tesitura antinómica que obliga a que uno se declare a favor o en contra, clausurando así cualquier otra opción. En fin, una política de confrontación en el pensar y en el actuar, donde no hay lugar para ningún tipo de alternativa. Y en el caso de que no haya enemigos a la vista, habrá que crearlos porque la figura del enemigo resulta imprescindible. La visión maniquea amigo-enemigo, exige que uno acepte las consecuencias.

Corría el año 1976 y los atentados, la represión, los desaparecidos, las listas negras, las persecuciones ideológicas, el miedo a expresarse, la quema de libros, las ejecuciones de uno y otro bando, todo ello había generado en la Argentina un clima social que resultaba irrespirable. Yo vivía en La Plata, ciudad donde nací, ciudad de cuño universitario y también de empleados públicos, donde además de una clase media significativa existía un importante epicentro subversivo. Muchos procuraban huir, generalmente a países europeos, otros se escondían bajo tierra como si fuesen topos. Me animaría a decir que la gran mayoría de la población daba muestras de una rápida adaptación a las nuevas circunstancias, demostrando en la práctica que el darwinismo social estaba vigente.

Si los subversivos apelaban al terror, el Estado los combatía infundiendo más terror, porque aducía que estaban en peligro los valores del occidente cristiano. La propaganda oficial, que remedaba a la implementada por Goebbel, sostenía que los argentinos éramos “derechos y humanos”. Es curioso como ciertas frases calman la ansiedad, tranquilizan las conciencias, al extremo de excusarnos de los actos más aberrantes e infames. En efecto, esos eslóganes servían para justificar cualquier atrocidad que se cometiese desde el poder, y sus mentores aducían que todo estaba permitido si había que defender la familia, la patria, la religión. Pero estimo necesario poner las cosas en su lugar, porque el terrorismo de Estado comenzó con el golpe de Onganía y finalizó con la llegada de Alfonsín al poder. Durante esos 17 años, los gobiernos de Campora, Lastiri, Perón, Isabel, también fomentaron el terrorismo y hubo claras violaciones a los Derechos Humanos, llegando a la cresta de la ola con Videla y sus cómplices. En los 70 los militares apelando a recursos abyectos defendían la existencia del Estado frente a una guerrilla que pretendía disolverlo. Creo que esto fue lo que hizo que gran parte de la población aceptara a los militares, aunque no lo manifestase abiertamente. Tengamos presente que cuando en 1973 Campora llegó al poder, las organizaciones guerrilleras no se disolvieron ni se desarmaron como era de esperar, ya que perseguían otro objetivo. En efecto, esas organizaciones querían otro Estado y otra Constitución. No dudo que en sus filas había muchos jóvenes idealistas (algunos concurrían a mi Universidad), gente rescatable, pero sí dudo de la honestidad de las cúpulas que fueron responsables de no pocos crímenes y que se han refugiado en un silencio muy llamativo, además de no haber tenido que comparecer ante la justicia. Bertold Brecht solía decir que quien conoce la verdad y la llama mentira no es más que un criminal.

Los militares seguían el ejemplo de los partidos políticos tradicionales, pues, una vez en el gobierno se consideraban habilitados para repartir cargos y funciones a diestra y siniestra, porque en la Argentina la administración pública fue, ha sido y es para los amigos del poder, ese es un botín de guerra que no se comparte. Ni hablar de los negociados que hicieron en provecho propio y de la deuda externa que incrementaron escandalosamente y que todavía seguimos pagando. Recuerdo que oficiales de alta graduación dotados de un temerario sentido de la improvisación se hacían cargo de los ministerios, y suboficiales retirados pasaban a desempeñarse como directores de reparticiones o asumían la conducción de organismos técnicos del Estado, desempeñándose como lo harían en un cuartel o tal vez en un club de amigos. Claro que no faltaban los civiles de confianza, a menudo con mayor instrucción e importantes relaciones, que colaboraban activamente y que en consecuencia gozaban de ciertas prebendas. Los militares jamás estuvieron solos. Esos civiles que solían golpear las puertas de los cuarteles, como manifestaban los jefes castrenses, proclamaban estar consustanciados con el ideario de turno, y a menudo fueron el elenco estable de otros gobiernos de facto, e incluso reaparecieron con la democracia asumiendo cargos de importancia en la administración pública. Había intelectuales que decían acudir al llamado de la Patria y declaraban no buscar beneficio personal alguno, porque se trataba de una cuestión de principios y era necesario moralizar la Nación, frase que vengo oyendo desde que era chico. Entre estos colaboracionistas –de alguna manera hay que llamarlos-, había periodistas, filósofos, escritores, estudiosos de la realidad social, académicos, profesionales de distintas ramas, y no faltaban los hombres santos.

Las reuniones, los actos educativos, artísticos o de lo que fueren, eran celosamente vigilados, como en todo régimen represivo. Los censores vivían su primavera y los intelectuales eran muy cuidadosos con sus escritos y declaraciones públicas. Toda manifestación cultural era rigurosamente escrutada. Cuando los grupos de tarea ingresaban a un domicilio, además de buscar armas, iban directo a la biblioteca para detectar literatura subversiva, ya que el “delito ideológico” estaba en plena vigencia.

La task force del Proceso militar argentino, al igual que la de los otros gobiernos militares de Latinoamérica, tenía la bendición del Departamento de Estado, que simulaba no aceptar ninguna transgresión a los Derechos Humanos, cuya patente reclamaba en los foros internacionales. Entonces vivíamos la Guerra Fría y el objetivo era que los comunistas fuesen exterminados o al menos que no aparecieran en el patio trasero. Esto generó un clima de paranoia persecutoria.

Hace tres o cuatro años en un debate político de la TV por cable, dos legisladores de la ciudad discutían no recuerdo de qué tema, pero en un momento la discusión se encrespó y uno dijo: ¡vos sos un bolche!, y el otro le respondió, ¡vos sos un facho! (…)

Hace unos días, el taxista que me trajo hasta mi casa sorteando estoicamente cortes de calles y protestas sociales, modalidad que se ha vuelto cotidiana y que perjudica a quienes deben trabajar, estudiar, realizar un trámite o cumplir con otra actividad, al despedirse, frunciendo el ceño y meneando la cabeza me dijo: esto no sucedía en época de los militares, es necesario que vuelvan (…)

Los relatos apócrifos de la guerra

06 miércoles Ago 2014

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Dice un antiguo refrán que cuando la guerra es contra las mujeres la única manera de ganarla es huyendo. Ya sé que mis amigas dirán que la cita es machista, sin duda, pero no me referiré a este tipo de conflicto entre parejas que habitualmente se soluciona en una mesa de café o cuando se apaga la luz. Comencé así porque el tema de la guerra me resulta muy pesado, tétrico, y uno no puede hacerse el distraído o actuar con indiferencia moral. Aunque vivamos a miles de kilómetros de las zonas calientes, cuando por la mañana recibimos el diario, la guerra aparece en primera plana, y cuando por la noche encendemos el televisor, los noticieros muestran escenas desgarradoras. Es probable que la guerra sea una de las relaciones internacionales más antigua que existe y, tiene la peculiaridad de que cuando se desata, inocentes y culpables son alcanzados por igual. Para Julio César los vencedores tienen el derecho de tratar a los vencidos a su antojo, ley que mantiene su vigencia. Lo cierto es que este tipo de conflicto revela la mala disposición para alcanzar soluciones razonables y pone al descubierto las mezquindades de los hombres. El denominador común es la ausencia de diálogo, si no hay diálogo el entendimiento entre las partes resulta imposible. El balance final siempre arroja un saldo negativo: exterminio masivo de vidas humanas, aunque no de ideas, ya que hoy resurgen aquellas ideologías que durante el Siglo XX intoxicaron a las naciones e impulsaron la muerte de millones de seres humanos.

La guerra está íntimamente ligada al poder, a la religión, la política, los intereses económicos y geoestratégicos. Para un presocrático como Parménides, constituye el arte de destruir a los hombres, mientras que la política sería el arte de engañarlos. El agudo Nietzsche advertía que, “La guerra vuelve estúpido al vencedor y rencoroso al vencido”. ¿Pero quién tiene la responsabilidad última de esas víctimas, en su mayoría población civil, incluyendo niños? La culpa siempre es del enemigo, de los líderes del otro bando. El relato de los vencedores no deja lugar a duda: la guerra era absolutamente necesaria, fue guidada por fines altruistas y supremos, y en el fondo se trató de una guerra justa.

Desde hace unos meses Crimea es noticia. Una península colonizada por los griegos antes de la era cristiana y que en su historia sufrió numerosas invasiones hasta que Catalina II la anexó al imperio ruso en 1783. A mediados del Siglo XIX se produjo la Guerra de Crimea, la primera gran guerra de la modernidad. Entonces Rusia protegía a los cristianos ortodoxos que vivían en Turquía, bajo el Imperio Otomano, y Francia era la protectora de los cristianos romanos que también habitaban ese territorio. Según la historia, los monjes católicos y ortodoxos se disputaban la Basílica de la Navidad y la iglesia del Santo Sepulcro en Palestina. Consecuencia de este conflicto fue el enfrentamiento armado entre Rusia y el Imperio Británico, Francia, el Imperio Otomano y el Reino de Piamonte-Cerdeña. Para los franceses era la “Guerra de Oriente”.  Pero la historia real fue otra, no ésta que me contaron cuando era estudiante del bachillerato. Rusia buscaba a través de Constantinopla, el balcón del Mediterráneo, una salida a ese mar rodeado por Europa, Asia y África, situación que hubiera modificado a su favor el equilibrio de fuerzas. Las potencias occidentales no podían permitirlo. Recuerdo que en el libro de historia que seguíamos en la secundaria, no faltaba la leyenda romántica de los ingleses, representada por la célebre carga de la Brigada Ligera.

En la Guerra de Crimea aparecieron por primera vez los corresponsales de guerra, periodistas y fotógrafos que procuraban captar fielmente aquello que sucedía en el frente y luego lo enviaban a las redacciones del mundo. Ya no se trata de la historia de la Guerra del Peloponeso, donde se enfrentaron Esparta y Atenas, y que fuera magistralmente narrada por Tucídides, pues, ahora se impone la crónica del día a día. Dicen que estas crónicas que narraban crudamente  los horrores de la guerra, llegaron a conmocionar a la opinión pública inglesa, al extremo que cayó el gobierno. A  partir de entonces el poder intentó controlar la información de estos corresponsales.

Cuando tenía once o doce años leí la biografía de Florence Nightingale, en una edición para jóvenes. Florencia provenía de una familia acaudalada y tuvo una educación privilegiada para la época, pero lo significativo fue que acudió al frente de batalla con un grupo de colaboradoras para prestar asistencia sanitaria a los heridos y enfermos, convirtiéndose en precursora de la enfermería. También fue precursora de los cuidados paliativos e inspiró a Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja y de los principios humanitarias de la Convención de Ginebra.

La caída de Sebastopol a manos francesas e inglesas, determinó que Rusia renunciara a la protección directa de los cristianos ortodoxos que vivían en Turquía y se prohibió la presencia de navíos de guerra en el Mar Negro. Era el fin de las relaciones amistosas entre las grandes potencias y el surgimiento de las reivindicaciones de los pueblos balcánicos que recibieron el apoyo de las demás potencias europeas según sus intereses. Hoy la armada rusa tiene su flota en puertos de Crimea. A mediados de los 50 Nikita Kruschev cedió Crimea a Ucrania, que entonces formaba parte de la URSS, cesión que no fue bien digerida por el pueblo ruso, por eso la llamada pequeña Rusia retornó a los tiros al antiguo imperio pero con la finalidad de delimitar nuevas fronteras.

La Guerra de Crimea fue el antecedente de la Gran Guerra, cuyo desencadenamiento se adjudica al asesinato de Sarajevo, otra gran excusa. En 1914 estaban dadas todas las condiciones para un enfrentamiento armado, claro que nadie supuso que duraría tanto tiempo ni que terminaría siendo una carnicería. Luego de poco más de cuatro años de lucha, los vencedores establecieron un nuevo orden y diseñaron nuevas fronteras. Los Estados-Nación vinieron a suplantar a los imperios colonialistas. Pero el tratado fue malo, despertando el odio y las ansias de revancha de aquellos que fueron humillados. La consecuencia fue que 20 años después se desencadenó la Segunda Guerra Mundial, otra tragedia, pero con armas más sofisticadas, cámaras de gas y muchos más millones de muertos. La guerra duró seis años y, con los vencedores sobrevino otro nuevo orden que hoy intenta mantenerse contra el viento y la marea. Se creyó que a partir de 1945 todo cambiaría, pues, había habido demasiada destrucción y por fin los hombres aprenderían la lección. Hollywood logró imponer su relato maniqueo aunque la industria del celuloide no alcanzó a tapar el cielo, porque una cosa es entretener y otra atenerse a la verdad de los hechos. Hoy asistimos al  asimétrico conflicto Palestino-Israelí, a los enfrentamientos en Siria, Irak, Libia, Afganistán, Malí, Ucrania, Sudán del Sur, República Centroafricana, Somalía, así como a las amenazas de guerra en otros lugares del planeta. En fin, nunca existió una lógica de la guerra, pero siempre existieron intereses económicos. Las grandes potencias frente a estos conflictos dicen no poder hacer nada, en realidad mienten y siguen actuando con cinismo. Estas potencias que se cuentan con los dedos de una mano, constituyen la “comunidad internacional”, un eufemismo, ya que el resto de las demás naciones que en número llegan a cerca de 200 son convidados de piedra. Los miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU (Estados Unidos, Rusia, China, Francia e Inglaterra) no alcanzan a sumar 2.000 millones de habitantes, en consecuencia, la mayoría de la población mundial estimada en más de 7.000 millones de habitantes no está representada en este club selecto (…)

El año pasado existían serios conflictos (algunos seculares) pero había menos tensión, hoy la magnitud de las hostilidades es mucho mayor y existen  notables paralelismos entre 1914 y 2014, paralelismos que son preocupantes. Uno se pregunta qué futuro nos aguarda, sobre todo cuando el logos está despedazado, el humanitarismo se convirtió en un artículo de la retórica, y el sinsentido se impone. En 1908, Marinetti en su Manifiesto futurista glorificaba la guerra como la única higiene del mundo, manifestaba su desprecio por las mujeres y consideraba que el arte debía ser agresivo (…)

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