Los valores personales, las tendencias ideológicas, los amores no correspondidos, las creencias religiosas, los sentimientos ocultos e inconfesables, las preferencias sexuales, la confesión del penitente, los diálogos de alcoba, en fin, ciertos secretos, constituyen la intimidad de una persona. Se trata, precisamente, de aquella zona espiritual libérrima y a la vez recóndita, que merece ser protegida de cualquier intromisión. La vida íntima tiene un alcance más restringido que la vida privada y, la privacidad también debe protegerse. Hay datos que quizá no tengan gran relevancia pero que sin embargo pueden dar una idea del perfil del individuo y hacen a su vida privada, como son el domicilio, los libros preferidos, hobbies, programas de televisión más vistos, ciertos gustos. Es habitual confundir vida íntima con vida privada debido a su proximidad y, en ocasiones la línea divisoria es sinuosa. Cuando a la hora de la cena suena el teléfono en mi domicilio y una persona me pregunta qué programa de TV estoy mirando, o con algún ardid procura obtener información personal de mis tarjetas de crédito, o pretende hacerme una encuesta sobre un político, confieso que logra hacer brotar de mi interior lo peor y, en ocasiones, no puedo evitar dar una respuesta destemplada.
Cuéntame tu vida fue una película que en mi adolescencia me impresionó. La vi en el cine del barrio años después que se estrenó, en blanco y negro, ya que se rodó en 1945, bajo la dirección de Alfred Hitchcock. Ingrid Bergman, Gregory Peck y Leo G. Carroll, me parecieron magistrales en sus respectivos papeles. El trasfondo de la película era el psicoanálisis, anudado a una trama de misterio y suspenso. El paciente, interpretado por Gregory Peck, debía recordar por medio del análisis aquello que había olvidado y que pertenecía a su infancia traumática, para así poder alcanzar la cura. La historia se había rodado en Alemania varios años antes con el título Secretos de un alma. Luego del éxito de taquilla, supe que la criticaron por considerar que el film psicoanalíticamente era falso. Pero Hitchcock solía decirle a la psicoanalista que lo asesoraba en el rodaje que sólo se trataba de una película. En efecto, una película, nada más.
Una transacción bancaria, navegar por Internet pasando páginas y sitios, así como los tuits, e-mails, SMS, comunicaciones por WatsApp, contenidos de Facebook, entre mucha otra información que surge de las huellas que dejamos, sirve para conformar los datos masivos o Big data. En Google se defienden sosteniendo que saben muchas cosas de sus usuarios pero que no los espían. Lo cierto es que de esta información masiva surge un negocio multimillonario, porque la información personal así como los datos recogidos, son útiles para que las empresas se posicionen estratégicamente en el mundo de los negocios. El meollo de la cuestión está en que se apropian de una información que no les pertenece. Hoy por hoy los gobiernos estudian qué medidas tomar para frenar este abuso que, todavía no constituiría un delito, aunque de lo que no cabe duda es que se trata de una transgresión a la ética, pues, nadie está autorizado a usar información ajena sin el consentimiento de los verdaderos propietarios. Y si la misma genera un beneficio pecuniario, lo coherente sería que fuese compartido con el propietario de los datos. Pero claro, estamos en el área de los ciudadanos de a pie, gente común, y por eso no existe un escándalo, absolutamente necesario para que el hecho se difunda o adquiera relieve informativo en los medios. Si se tratase de información reservada de un gobierno o de una gran empresa, se incurriría en el delito de espionaje, castigado por la ley. Las escuchas telefónicas son otro medio para enterarse de lo que el otro habla, con quién habla y cómo piensa, pero aquí la población está más enterada de sus derechos y, en teoría, no podrían realizarse sin una orden judicial. Los paparazzi, término que se le atribuye a Fellini por su película La dolce vita, siempre andan fisgoneando y tratan de plasmar en la fotografía alguna indiscreción personal o íntima de una celebrity. Pero la información de consumo masivo, también se da en esos programas televisivos de chimentos que se emiten por las tardes y que duran horas, donde pseudoperiodistas comentan infidelidades o discusiones triviales cuando no peleas orquestadas para atraer la atención de gente que no sabe qué hacer con su vida.
Hace unos días pude leer un par de entrevistas biográficas que le hicieron a Haruki Murakami y a Michel Legrand respectivamente, cuyas confesiones no son la de San Agustín pero me parecieron interesantes. En cuanto a Murakami, candidato este año al Nobel de Literatura, postergado por Bob Dyland, confiesa que todo lo que sabe sobre el arte de escribir lo aprendió de la música. Siendo joven se preguntaba si era capaz de transferir la música a la escritura, si podía escribir como se ejecuta un instrumento musical. Me recordó a Theodor Adorno, un hombre formado en la Academia y en el Conservatorio, quien influyó decididamente en la literatura de su amigo Thomas Mann cuando llevó a la narrativa su sentido musical. El escritor japonés sostiene que en la música como en la literatura de ficción lo más importante es el ritmo. El ritmo sería la magia, lo que invita a la gente a bailar. Él tiene como hobby salir a correr por Hawai (vive entre Hawai y Japón), desde chico toca el piano, y su producción literaria se nutre del jazz, debido a que en su ejecución reina la improvisación. Esto me trajo a la memoria la prohibición que quisieron imponer los jerarcas nazis sobre esta música que consideraban propia de judíos, y cuyo peligro advertían justamente en la improvisación, en la autonomía que podía desarrollar el ejecutante, por eso ordenaban que el músico se atuviese a la partitura. En fin, la música necesita tener un buen ritmo, como en la literatura, sino el lector no termina de leer el texto. Luego viene la melodía, que en la literatura es el orden de las palabras y que debe ser apropiado para mantener el ritmo. Después la armonía, que es el sonido mental que sostiene a las palabras y, finalmente, la improvisación, sin duda lo que más le agrada a Murakami.
Michel Legrand, compositor de más de 200 películas, creador de la música de Los paraguas de Cherburgo, El caso Thomas Crown, Verano del 42, confiesa que la música es su razón de vivir y que nunca ha producido tanto como a sus 84 años. En efecto, la música sinfónica, la música contemporánea, la ópera, nada le resulta extraño. Monsieur Legrand escribió los primeros temas de rock and roll en francés. Hoy vive en un château rodeado de 250 hectáreas a 120 Km de París, lugar ideal para hacer sus solitarias caminatas y trabajar alejado del ruido de la ciudad. Cada 10 años necesita cambiar de disciplina, pues, cuando uno todo el tiempo hace lo mismo termina por perder interés. En su juventud conoció a Jean Cocteau, Paul Valéry, André Malraux, e incluso pudo conversar con Ígor Stravinski, quien le confesó que cuando uno es un verdadero creador, no sabe muy bien lo que hace. Legrand actualmente escribe música sinfónica y según el entrevistador, tiene fama de no morderse la lengua, por eso cuando se refiere a Wagner, dice que tiene páginas muy hermosas, pero también muchas malas que deberían eliminarse. Ganador de tres Oscar, piensa que todo joven no sabe que lo es y lo desperdicia, pero cuando llega a la vejez ya sabe cómo es ser joven porque ha vivido, y se es joven con la cultura y la reflexión. Esa sería la auténtica juventud para él.
De la misma manera que mucha gente defiende a capa y espada su vida privada y su intimidad, hay otros que cometen indiscreciones de las que luego se arrepienten y, no faltan los que exhiben algo muy personal, íntimo, para captar la atención de los otros. Esta última actitud se ha visto muy facilitada por los videos en las redes sociales.
Oscar Wilde pagó muy caro su transgresión a la moral de la época, fue acusado de sodomía, hallado culpable y condenado a trabajos forzado durante dos años. No es que la homosexualidad en Londres fuese una rareza, simplemente Wilde no era discreto con su vida, escandalizó a la sociedad victoriana y esto era imperdonable. Cuando salió de la cárcel estaba arruinado, murió en París, en la indigencia, abandonado por su musa.