En la Argentina vivimos con pasión “días de cultura”, más allá de estar hartos de las cifras de la inflación y la macroeconomía, de los aumentos exorbitantes de bienes y servicios, del culto al dólar y de “la eterna casta que desvergonzadamente se reinventa”. La semana pasada fue la preocupación por los presupuestos que el gobierno concede a la educación y la cultura, y dio lugar a encrespadas discusiones en los medios y las redes sociales que continúan. Claro que ahora auditar una universidad del Estado es atentar contra su “autonomía” (me recuerda los fueros medievales que tenían los universitarios). Pues bien, qué tendríamos que decir los ciudadanos de a pie que permanentemente estamos siendo auditados desde diferentes estamentos estatales y privados… En fin, una indignación justificada, que debería sostenerse en el tiempo, no que sea espasmódica.
El vivir en una zona céntrica hace que me cruce con las manifestaciones callejeras de distinto tenor y, en esos minutos de contacto, observo y escucho; para mí es una experiencia extraordinaria. La marcha universitaria de la semana pasada, más allá de los “zombies” políticos y sindicales que se colgaron de la manifestación para recordarnos que están vivos, fue una marcha apartidaría, lo comprobé personalmente. Y sería bueno que el presidente hiciese a un lado su fundamentalismo, dejara sus pueriles berrinches, y acepte la realidad, no la que él intenta forjar. Fue un llamado de atención, un alerta para que salga de su burbuja y no fracase, pues, su fracaso nos perjudica a todos. Maquiavelo refiriéndose a la naturaleza de los pueblos y su poca constancia, decía que es fácil convencerlos de algo, pero resulta difícil mantenerlos convencido, y hoy lo comprobamos en muchos lugares del planeta.
Ahora los acólitos de la educación no se cansan de mencionar que el país logró cinco premios Nobel (3 por la UBA y 2 por la Universidad Nacional de La Plata). Lamento decirles que esas personas hubieran tenido éxito en cualquier otra institución. Albert Einstein, quizás el mayor científico del Siglo XX, no tuvo dinero para pagar la matrícula universitaria e ingresó en un instituto politécnico que entonces no pertenecía a la universidad de Zurich. Borges, probablemente nuestro mayor escritor, nunca recibió formación universitaria, solo tuvo un bachillerato ginebrino, y le negaron el Nobel por su tesitura política. Tampoco recibieron el Nobel de literatura figuras de la talla de Tolstoi y Kafka, y en ciencias no fueron reconocidos Salk y Sabin, a quienes les debemos la vacuna contra la poliomielitis, cuya repercusión sobre la salud de la humanidad resulta incalculable (además se negaron a patentar el invento como hoy crematísticamente lo hacen los laboratorios, a quienes les importa más el dinero que la salud de la gente), así que terminemos con tanta mitología marketinera.
Un dato histórico que pocos conocen: dicen que ante las irregularidades y falencias que existían en la UBA, se decidió fundar a 60 Km. (1897) la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), como instancia superadora, pero la intención fracasó, ya que los quioscos, las cajas negras y los concursos amañados siempre se dieron en ambas (soy testigo). Hoy los profesores que tenemos décadas en la docencia advertimos, en términos generales porque hay muchas excepciones, una caída en la cultura general de los estudiantes así como en lo que hace a los conocimientos propios de la profesión; al parecer es un mal de la época ligado al facilismo. En cuanto a la gratuidad de los estudios, que no es tal, porque se paga con los dineros de los contribuyentes, solo es para asegurar que nadie quede afuera porque no puede pagar la matrícula.
Nunca me gustó la intromisión de la política partidaria en los claustros pero todos los partidos allí tienen sus satélites, al punto de incidir en la elección de los cargos en los rectorados y decanatos, algo divorciado de lo estrictamente académico. Qué distante quedó la figura de Don Miguel de Unamuno, tres veces rector de la Universidad de Salamanca, paradigma de rector por su capacidad intelectual e integridad, quien fue cesanteado por el dictador Francisco Franco debido a su alocución en el Día de la Raza. Perdón, cometí la incorrección de mencionar “raza” y no quiero que me clausuren.
Unamuno se consideraba “sumo sacerdote” del templo universitario. Los chicos de hoy no lo entenderían, igual muchos profesionales que ignoran no solo la historia de su profesión sino la de la Universidad. Pues bien, la institución tal cual como la conocemos proviene de la Iglesia, quien la fundó. En 1613 los jesuitas fundaron la Universidad de Córdoba, la primera del país y, durante más de 200 años no hubo otra. La primera que se fundó en el Nuevo Mundo fue la de Santo Tomás de Aquino (Santo Domingo-1538), con los mismos privilegios que la de Alcalá de Henares. Cátedra proviene de catedral (del griego “asiento”) y claustro de monasterio (del latín medieval «lugar cerrado”).
En fin, pude graduarme de médico en tiempo y forma en una universidad estatal (UNLP), donde luego me doctoré (defendiendo mi tesis) y cursé los cuatro años de carrera docente para tener la habilitación de concursar por el profesorado, teniendo en pedagogía un equipo de pedagogos de avanzada, y en historia y filosofía médicas, a quien sería mi gran amigo, José Alberto Mainetti (ambos discípulos de la escuela de Humanidades Médicas de Pedro Laín Entralgo (Universidad Complutense de Madrid). Y mi formación profesional (no la humanística) fue entre la universidad y el hospital público, dos instituciones a las que “amo profundamente”. Sin embargo ello no fue un obstáculo para que incursionara en universidades y hospitales privados, llegando a profesor titular y jefe de departamento medicina interna, respectivamente, por concurso abierto. A veces me pregunto cómo un outsider, que jamás cultivó la adulación ni fue besamanos, y a quien le hicieron innumerables malas pasadas, por no decir putadas, obviamente todas reñidas con la ética y la moral, pudo llegar a esas metas sin tráfico de influencias, lisonjas ni padrinos políticos… Quizá por eso digo lo que me da la gana, ya que me he ganado ese derecho en buena ley. Y quiero añadir que he pasado por todos los escalones de la carrera universitaria y en la mayor parte de la misma lo he hecho en carácter ad honorem… No me quejo. Y a pesar de mi tesitura crítica como intelectual, jamás participé de una huelga en la universidad o en el hospital, ya que tengo por costumbre separar la paja del trigo…
En otro orden de cosas, está claro que la educación, la salud y la alimentación de la población no son ni fueron una preocupación para la clase política. No les importa. Bástenos reparar en los pobres resultados de las evaluaciones de la primaria y secundaria, y en el bajo número de universitarios que se gradúan en relación a los que ingresan. Si concurrimos a un hospital público veremos la excesiva demanda de atención médica, gente sufriente, y si entramos a una sala de internación observaremos que la gran mayoría de los pacientes tiene una mala nutrición, ya que cada vez hay más gente que come lo que puede para paliar el hambre, y esto me produce vergüenza ajena. Ningún político se asiste en un hospital público, tampoco ninguno recorre sus instalaciones.
El slogan es una vegetación de la mente, decía mi maestro de lógica en Madrid. Y en nuestro país la “cultura eslogámica” es una verdadera lacra: “Los argentinos somos derechos y humanos” (proceso militar); “Estamos ganando” (guerra de Malvinas)”; “Con la democracia se come, se cura y se educa” (Alfonsín); “Argentina, país del primer mundo” (Menem); “La década ganada” (matrimonio Kirchner); “No hay plata” (Milei). Y resulta que no éramos tan derechos y humanos; que perdimos la guerra; que con la democracia no comemos, no nos curamos ni nos educamos; que no somos del primer mundo; que no hubo tal década ganada; y que sí hay plata pero para otras cosas… Nuestros políticos han convertido a la política en un arte mañoso cuyo principal objetivo es el engaño de las masas para hacerse del poder. Los asesores de imagen me caen muy mal, se parecen a los sofistas de la antigua Grecia aunque éstos tenían otro nivel intelectual. Son mercenarios que logran que el candidato no se muestre tal como es, sino que parezca ser otro y le diga a la gente lo que ésta desea escuchar.
También la semana pasada se inauguró la Feria del Libro, un “megaevento comercial” de las grandes editoriales, más allá que también estén la pequeñas y algunos engendros. Recuerdo cuando la feria estaba a lo largo de la Avenida Santa Fe con pequeños puestos, así que conozco su historia, incluso en tres o cuatro oportunidades tuve que exponer (la primera vea en los años 90). Tal vez la mayoría de la población no sepa que los autores percibimos a lo sumo el 10% del valor de un libro (en el caso que decidan pagar por nuestro trabajo), porque el único que no participa del negocio del libro, es, el creador…Además, todo aquel que escribe un libro de lo que fuere ya se considera un escritor. En fin, con una veintena de libros publicados, todavía albergo no pocas dudas.
Desde mi perspectiva, existen expresiones que no me agradan, en consecuencia no las utilizo, como ser: “recursos humanos” o “capital humano”. Hoy educación, cultura, trabajo, seguridad social, áreas del Estado importantísimas, han dejado de ser ministerios y dependen del Ministerio de Capital Humano, una expresión nacida del ámbito de la economía. Y desde mucho antes que Marx escribiese su obra fundamental, el capital siempre tuvo que ver con el patrimonio, es decir, los bienes o “recursos” que tiene un individuo o una organización y el uso que se les da. El personal de una empresa o de cualquier institución son seres humanos, son personas, no recursos, y menos capital. Pero se trata de expresiones consagradas por el uso, que se han difundido de la mano del concepto de “cosificación”, en otras palabras: reducir a una persona a la condición de cosa. Tema del que no oigo hablar, pero sí la paradoja de combatir el Estado cuando en realidad se asume su gestión.
Tampoco me agrada la expresión “educación de excelencia”, porque la excelencia tiene que ver con lo excelso, con lo sublime, en fin, con “la grandeza que merece admiración”, y promocionarse como que uno brinda una educación de excelencia me suena presuntuoso y arrogante. Prefiero decir que imparto una “educación de buena calidad”. Gran parte de mi actividad docente a lo largo de mi vida la desarrollo en el “post-grado”, no con el “posgrado”. Al igual que Borges, me encanta cómo suena el prefijo de origen latino “post”.
Suelo consultar a menudo el diccionario de la RAE. Allí aparecen registradas algunas palabras que me parecen horribles, por eso no las uso, aunque puedo emplear otras que no están consideradas en la lengua culta, y esa es una licencia que me doy, pues, al fin de cuentas me hago responsable de lo que escribo y de lo que pronuncio en mis conferencias.
En cuanto a los prejuicios, que todos tenemos, aunque algunos con conciencia los auto-combatimos, están presentes de manera visible en gran parte de la sociedad, al punto que cuando se menciona la cultura afroamericana se dice que es “cosa de negros” o si se trata de la de los nativos es “cosa de indios”. Son expresiones tan peyorativas… Lo peor es que algunos en su ignorancia o cerrazón mental, creen que la cultura reside solo en el refinamiento o tal vez en el remilgo.
Podría seguir con las observaciones, que no pasan de ser opiniones personales, pero tengo en claro que debemos ser muy cuidadosos con el empleo de las palabras, ya que pueden llegar a tener una representación simbólica. Un día le mencioné a mi colega y amigo Florentino Sanguinetti la palabra “corporación” en el sentido de organización, y él la interpretó en el peor de los sentidos, motivo por el cual nunca más se la mencioné. En efecto, a veces una palabra utilizada de manera correcta o también de manera incorrecta, puede dar lugar a una confusión o malentendido, más allá que como decía Lacan, uno sabe lo que dijo pero no sabe lo que el otro interpretó. Y los malos entendidos están a la vuelta de la esquina. Hoy es muy común que para criticar a una persona cuando no para injuriarla, se reproduzca y difunda en las redes (incluyo al propio gobierno), una frase que es sacada de contexto, y esta deshonestidad es una canallada.
En fin, vivimos, como dije al principio, apasionados días de cultura, en una Argentina que continúa siendo mal gobernada, donde la sensibilidad social se fue al carajo, solo importa la macroeconomía y como alguien dijo: hoy el becerro de oro es el “superávit fiscal” que permitiría al pueblo argentino cruzar el desierto… No me lo creo. Quizá la maldición argentina sea que los escasos estadistas que tuvo hace mucho que desaparecieron, no llegamos a conocerlos, pues, un verdadero estadista es quien sin desatender las necesidades de su pueblo piensa en las generaciones venideras y se proyecta en el futuro con sentido humanitario.