En estos dos meses de severo confinamiento mis salidas son muy limitadas, dado a que pertenezco a la estigmatizada población de riesgo. Suelo ir a la farmacia, al supermercado o a poner en marcha el automóvil. Al retornar, antes de entrar al departamento, sin pertenecer a la cultura japonesa me saco los zapatos, no soy un nipón, y rápidamente procedo al ritual de la desinfección, buscando cierta purificación.
Todas las mañanas, a las cinco y media, tocan el timbre del portero para dejarme los diarios. Bajo al vestíbulo y está mi canillita, Ramón, siempre con barbijo y guantes. El buen hombre, de escasa instrucción, desde el principio entendió que debía tomar recaudos, algo que no entendieron otros con instrucción universitaria, incluyendo jueces, médicos y políticos. Pero claro, esto se da en una sociedad donde la instrucción se confunde con la educación, y la enseñanza-aprendizaje con el adoctrinamiento. A propósito, nunca imaginé que daría clases a los alumnos desde el escritorio contiguo a mi dormitorio, desprovisto del hábito hospitalario y en pantuflas. Los alumnos revelan una gran disposición, lo valoro mucho y me entusiasma, y la universidad no quiere que pierdan el ciclo lectivo, me parece bien. Pero la virtualidad tiene sus limitaciones.
A toda hora debo atender las consultas de mis pacientes vía WhatsApp, procurando en la medida de lo posible que no concurran a las instituciones médicas. También por esta vía, así como por e-mail y Messenger, trato de responder las consultas de jóvenes colegas sobre casos clínicos que están en la guardia o que fueron internados. Reconozco que es una manera diferente de ejercer la profesión, mi generación está acostumbrada al “face to face”, pero la realidad se nos impone y, más allá del uso de las herramientas tecnológicas, hoy Darwin es más actual que nunca, también lo es Marx y hasta Malthus. De pronto desaparecieron los pacientes que solíamos asistir antes de la pandemia, tal es el temor que tiene la gente que se dejar estar, tanto en las consultas para diagnóstico como en los tratamientos, incluyendo los oncológicos. Una situación muy peligrosa que traerá consecuencias. En los diálogos telefónicos con pacientes (y no pacientes) advierto un sentimiento de fastidio, no solo es la preocupación por el lucro cesante, que nos castiga a todos, sino en las deudas que no se pueden pagar o la incertidumbre ante el futuro, y el evidente cansancio del encierro. Por ello no dudo que saldremos del confinamiento con angustia, depresión y patologías psicosomáticas. Todos los días me manifiestan el fastidio por la vida de clausura que impone la cuarentena, casi trapense, y creo que los únicos que están a gusto son mis amigos escritores que viven de sus libros.
La poliomielitis apareció en la Argentina cuando yo era un niño, sin embargo guardo recuerdos vivos de esa época. Siendo un médico ya formado, tengo presente la epidemia de SIDA en los 80 y 90, los disparates que algunos dijeron sobre la enfermedad y las crueles estigmatizaciones sociales, incluso la pérdida de un primo muy allegado y al que quise como si fuera un hermano. Se fortaleció el secreto médico, cambiaron los hábitos sexuales y se inició una nueva época. La pandemia de gripe porcina o influenza A (H1N1) llegó a la Argentina a finales de abril de 2009. Recuerdo que dos médicas de nuestro servicio la contrajeron. Entonces el gobierno no tomó las medidas sanitarias apropiadas, y adelantó las elecciones para el 28 de junio que debían hacerse en octubre. Las estadísticas de aquí casi nunca resultan confiables, el subregistro suele ser la regla, pero se confirmaron cerca de 12.500 casos y fallecieron 685, el país fue el segundo en el mundo en número de muertes (…) La OPS lamentó que la pandemia se mezclase con el proceso electoral legislativo, pero entonces se privilegió las elecciones (por una cuestión estratégica), no la salud de la población. Fui a votar un domingo de pandemia. Los argentinos tenemos una memoria frágil, qué desgracia, por eso repetimos la historia, aunque de diferente manera. Años después, la presidenta dijo que en la Argentina había menos pobreza que en Alemania, que éramos uno de los países más igualitarios, semejante dislate me obligó a escuchar las quejas de amigos que viven en Berlín y que se sentían ofendidos. Hoy los países del cono sur enfrentaron con rapidez al coronavirus. Primero Paraguay, que impuso la cuarentena el 10 de marzo y tiene menos muertos que nosotros. Días atrás el presidente hizo una comparación innecesaria y desafortunada, citó como ejemplo negativo a Suecia. La respuesta de un periodista sueco no se hizo esperar. Tigran Feiler dijo que, “fue un argumento para acallar las críticas que tiene la cuarentena en la Argentina”, y explicó que en Suecia la economía no determina la forma en que se combate al Covid-19. La estrategia está enmarcada en una tradición de instituciones fuertes y creíbles independientes de la fuerza política que gobierna (nada que ver con nosotros). En el caso del Ministerio de Salud lo gestionan los expertos que siguen en sus trabajos pese a los cambios de gobierno (muy distinto a nosotros). Son realidades diferentes y, en las comparaciones, solemos hacer el ridículo.
Los otros días, mirando un informativo por TV, el periodista mostraba una casa funeraria de Manhattan, se veía en la calle varios camiones con cámaras frigoríficas repletos de cadáveres, pues las funerarias estaban desbordadas, pero había un camión tipo flete, sin cámara frigorífica, con cadáveres apilados y, caía a la calle un líquido maloliente, motivo por el que los vecinos llamaron a la policía de New York. Al comprobar el hecho, les labraron una infracción, según el periodista no podían llevarlos detenidos, no habían cometido ningún delito. El año pasado, convoqué a la policía de New York porque el taxista que me llevó del aeropuerto JFK al hotel, estuvo dando vueltas sin sentido y, al llegar insistía en cobrarme lo que marcaba el reloj. Indignado, no estaba dispuesto a pagarle lo que no correspondía, era una estafa. El oficial me dijo que entendía mis razones, pero yo debía pagar lo que marcaba el reloj, de lo contrario me llevaría detenido por cometer un crimen… Me sorprende la policía neoyorkina.
Cuando uno tiene la suerte de viajar por el mundo y recorrerlo sin los consabidos tours, comprueba que en todas partes hay pobres. En efecto, a todo lugar donde fui los vi. En muchos casos se procura que estén fuera de la vista de los turistas, pero uno es observador y sabe mirar, de allí que las noticias no me sorprendan. Esos pobres de los países ricos siempre estuvieron allí, claro que ahora son muchos más.
En mi etapa veinteañera leí “Pensamientos” de Pascal, quien tenía un estilo más bien fragmentado y aforístico. Una frase que han reflotado ahora con la cuarentena: “…he comprendido que toda la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber permanecer en reposo en una habitación. Un hombre que tiene lo suficiente para vivir, si supiese quedarse en casa con placer,…). Y claro, sirve para apuntalar la consigna de no salir de casa. La cuarentena es la medida más antigua y efectiva que se conoce frente a una epidemia, el tema es que no sirva para barrer la suciedad bajo la alfombra… El aislamiento ha interrumpido traumáticamente nuestra rutina, con la que teníamos una cierta seguridad, ahora debemos pensar en cómo será la nueva rutina.
Debo confesar que extraño mucho el contacto con aquellos seres que amo, quisiera estar con mis hijos y mis nietos. También extraño los abrazos y los besos, o el dar la mano. Todos los días me pregunto por cuanto tiempo no podré, y de prolongarse, si no terminaremos por perder estas demostraciones de afecto. Creo que, en general, somos muy demostrativos, luego de los italianos somos los que más movemos las manos en la conversación. Un amiga española me decía que le gustaba esa “cosa maricona” que tenemos los hombres de aquí de darnos un beso como saludo. En ocasiones dos besos, como los franceses. El problema son los tres besos. En efecto, cuando estaba en El Líbano, los primos de mi mujer se abalanzaban para darme un beso en cada mejilla y yo procuraba cuidarme de que el tercer beso no se convirtiera en un pico.
Me agradan las manifestaciones de solidaridad de algunos, porque sé que son genuinas, pero la insolidaridad es una constante en una sociedad cínica como la nuestra, bástenos el ejemplo de los aplausos y las discriminaciones de los vecinos, o la calificación de héroes y la tradicional postergación en los salarios de los médicos. A diario compruebo esta falta, comenzando por el consorcio donde vivo. Creo que algunos saldrán de la pandemia algo sensibilizados, más humanizados, pero no muchos. Ojalá me equivoque.
Cada vez que aparece una carta o nota mía en algún periódico, recibo felicitaciones de gente que no conozco, también están los que quieren reclutarme para su iglesia, otros me han dado a entender su intención de no leer nada de lo que escribo (es su derecho), y no faltan los que politizan mis comentarios y no admiten que alguien argumente en contra de su fanatismo. Primero, estoy cansado de manifestar que soy creyente, pero mi religión y espiritualidad forman parte de mi vida íntima, punto. Segundo, desde joven intentaron seducirme para incorporarme a sus filas amigos peronistas y anti-peronistas, con cortesía rechacé sistemáticamente la propuesta, de ahí que jamás ocupé ni ocuparé un cargo importante en el Estado. Tampoco pertenezco a ciertas roscas profesionales de donde salen los que integrarán el canon, los prohombres y los maîtres. Soy por propia decisión un outsider. Y estoy convencido que la condición de maestro la conceden solo los alumnos y los discípulos, no las instituciones, guiadas por tejemanejes políticos.
En mi primer grado concurrí a la Escuela Modelo Nº1, en La Plata, a metros de donde vivía. Aún siendo tan pequeño recuerdo que en esa escuela estatal nos daban enseñanza religiosa obligatoria y nos hablaban de “La Razón de mi vida”, de Santa Evita. ¡Qué podía entender a esa edad ! Mi padre no lo veía mal, él habia concurrido a una escuela católica y era un peronista que creía en la justicia social. Ahora sé que en ese momento me aplicaron la vacuna doble o quizá la polivalente. Como católico, apruebo la laicidad, la “separación real” del Estado de la religión, por respeto a quienes no son religiosos o practican otros cultos. Como demócrata y republicano, desapruebo la infiltración ideológica en los poderes del Estado. Los seres humanos somos como los frutos, unos maduran en consonancia con la naturaleza, otros permanecen verdes y, no faltan los que se pudren y contaminan. Recomiendo como ejercicio contra la intolerancia leer a los que no piensan como uno. Me seduce la crítica, claro que para ejercerla se necesita primero la autocrítica, caso contrario se cae en la hipocresía. Pienso que lo ideal es que los intelectuales estén lejos del poder y de las capillas partidarias para así evitar los compromisos y no ser presa de taras ideológicas, pues, gracias a estas taras tuvimos la Segunda Guerra Mundial con 60 millones de muertos… Basta por hoy.