Faltan pocos días para finalizar el 2020, un año que sin duda calificamos de “Annus Horribilis” por tratarse de un año marcado por la desgracia, el sufrimiento, las consecuencias funestas. Algunos consideran que merecería ser olvidado, idea que no comparto. Según el diccionario Merrian-Webster, “Pandemic” es la palabra del año por ser la que recibió mayor número de consultas desde que la Organización Mundial de la Salud la empleó para describir la situación epidemiológica provocada por el Covid-19. Sin embargo, yo creo que a la P de Pandemic, deberíamos añadirle otras: Pobreza, Polución, Pánico. En suma, las 4 P que dominan el conflictivo panorama mundial como si se tratase de Los cuatro jinetes del Apocalípsis. Claro que a pesar de tanta desgracia no quiero caer en un pozo depresivo, pues, considero necesario dejar una ventana abierta a la esperanza, ya que la historia nos revela que luego de terribles episodios como este suelen surgir oportunidades y circunstancias favorables.
A lo largo del 2020 he procurado hacer la crónica de la pandemia a través de mi blog, de artículos de opinión publicados en Madrid, también en periódicos locales y en entrevistas que me hicieron, teniendo presente que toda crónica necesita de la experiencia de la calle, de ahí su veta periodística. Hoy por hoy avistamos un mundo emergente, y solo vemos la punta del iceberg, esa masa de hielo flotante que sobresale de la superficie del mar, pero la mayor parte está sumergida y, pienso que no podemos hacer predicciones sobre aquello que no podemos ver. Al igual que otros intelectuales, tengo la impresión de que la performance actual es la de un mundo sin rumbo.
La pandemia convirtió lo cotidiano en algo extraordinario, y hasta incierto. Más allá del encierro y las prohibiciones, la gente se siente abrumada por tanta información, la que en muchos alimenta el pensamiento de que algo grave puede suceder en cualquier momento. Y con tantas malas noticias en los medios, día tras día, el individuo corre el riesgo de insensibilizarse. Recuerdo que en los 70 el escritor italiano Attilio Dabini, en su taller de la SADE, nos comentaba que durante la Segunda Guerra Mundial había soportado unos 80 bombardeos, que la primera semana creía que enloquecería pero finalmente terminó acostumbrándose. Pues bien, cuando la información es en demasía algo similar puede suceder. Por otra parte, sería hipócrita negar que en ocasiones tantos datos nos produzcan hartazgo.
La pandemia y la cuarentena se montaron sobre el cambio de época que venía en curso desde hace décadas. En efecto, durante el Siglo XX cayeron imperios, aparecieron nuevas tecnologías, sobre todo en lo que atañe a las comunicaciones, la mujer irrumpió en la esfera pública reclamando sus derechos, por cierto muy postergados, y buena parte de la humanidad comenzó a alzar la voz y reclamar protagonismo. Hoy comprobamos estallidos sociales en todas partes, la novedad es que ya no existen liderazgos, tampoco los partidos políticos logran coparlos, se trata de gente que se autoconvoca a través de las redes para expresar su disconformidad y generalmente lo hace de manera pacífica.
Con la crisis motivada por el coronavirus la vida social se restringió, se prohibieron las reuniones, las calles quedaron vacías, a la vez que la vulnerabilidad se hizo patente, dando paso a la angustia, el pánico, y hubo que adoptar nuevos modos de vida. Hoy vemos que la gente se relaciona de manera distinta e incluso los temas de conversación son otros. El incremento dramático de la pobreza, el creciente desempleo, la educación presencial clausurada, entre otros fenómenos, nos sitúan al borde del abismo. En efecto, la pandemia irrumpió en diferentes contextos sociales preexistentes, y la situación de la Argentina no es la de otros países, como es el caso de los países nórdicos donde existen políticas de Estado que superan la alternancia de los gobiernos, el desarrollo es una meta, los impuestos se destinan a mejorar los servicios, hay políticas de contención social y la corrupción no se tolera. Nuestro contexto es otro, muy diferente. La realidad incontrovertible es que tenemos un país estancado desde hace un siglo, a pesar de que mucha gente trabaja, respeta la ley, paga sus impuestos y procura hacer lo correcto.
En este contexto adverso, desde el principio el gobierno viene sosteniendo que no hay plan, y los hechos lo avalan. Al sostener que las circunstancias no permitirían la planificación se cae en una falsedad, ya que siempre se planifica. Una cosa son las consecuencias de la pandemia y otra la responsabilidad de los gobernantes por las decisiones que toman. No caigamos en confusiones, pues, la ineptitud, es, la ineptitud.
Aquí tenemos una amplia experiencia en materia de sub-registros y por eso nuestras estadísticas nunca fueron confiables, eso lo sabemos muy bien los médicos. De todas maneras, a un panorama sanitario con más de 41.000 muertos “declarados” y más de un millón y medio de contagios, se le suma la mitad de la población en situación de pobreza, un 40% de individuos desempleados en estos meses, el cierre de miles y miles de negocios y, una economía sumergida, entre otros grandes males, en consecuencia la agenda no debería centrarse en temas que precisamente no sean éstos. Resulta inadmisible distraer a la ciudadanía con problemas que no son urgentes en este contexto, poniendo en los medios una agenda caprichosa. La gente está muy preocupada por temas vitales, existenciales, que a todas luces resultan prioritarios.
Desde el primer momento de la pandemia se descuidó a los dos extremos etarios de la población, que revelan mayor vulnerabilidad: la infancia, a la que se le prohibió la educación cerrando los colegios y dejándola sin futuro (lo contrario de otros países que manejaron mucho mejor la crisis), y los viejos a quienes se les escamoteó el dinero de sus merecidas jubilaciones, condenándolos a la pobreza. Algunos funcionarios llegan a no diferenciar las jubilaciones de los planes sociales, olvidando que los jubilados durante 30 ó 40 años aportaron al sistema. En cuanto a la oposición política, no estuvo ni está a la altura de las circunstancias.
Es cierto que en muchos países las democracias liberales están en serios problemas, pero no caigamos en la confusión de condenar el sistema y darle paso a las autocracias y los populismos, porque justamente son los políticos quienes han convertido a la democracia en un juego sucio, a la vez que han arruinado la vida de mucha gente.
Es lamentable que la política esté hecha de emociones, no de ideas y hechos, y tal como va el mundo cada vez será más emocional. Bástenos con mirar la conducta de Trump y el apoyo que le dieron con su voto 75 millones de ciudadanos estadounidenses.
Todos sabemos que el dinero trae poder, no hay duda, y los que gobiernan piensan que los recursos del Estado deben estar a su servicio por haber sido votados, no al servicio de los contribuyentes. En la lucha política, más allá del ataque al adversario se necesita que se quede sin dinero para así despojarlo de poder. Con tal de salirse con la suya los gobernantes apelan a cualquier argumento. Y los políticos de la extracción que fuere, sistemáticamente anteponen sus intereses a los de la población, pues un día se pelean públicamente, se arrojan dardos envenenados, pero al día siguiente terminan pactando y olvidándose de todas las acusaciones públicas que se prodigaron y hasta de las imprecaciones que profirieron. Por eso, coinciden sin fisuras en la defensa de sus privilegios, que remedan los privilegios de cuna o de la monarquía, porque se trata de “privilegios de casta”. En efecto, nuestros políticos integran una casta. Ni los exponentes de la derecha, del centro o de la izquierda son capaces de rasgarse las vestiduras, al menos en el sentido que le daban los griegos de los tiempos de Homero.
El populismo no solo procura imponer un relato sino que necesita mucho dinero para seducir con dádivas y comprar conciencias. No es casual que en los lugares en que existen fuertes populismos haya amplias zonas de población empobrecida que, más allá de prodigar su lealtad al jefe, jamás dejarán de ser pobres. Hoy quieren hacernos creer que ser pobre de por sí es una condición digna, como si se tratara de una cualidad divina y, nos aconsejan la resignación como virtud, cuya recompensa nos aguardaría en la otra vida…. La corrupción del bolsillo establece alianzas con la corrupción de las mentes. Círculos de poder político en asociación con la religión sostienen esta tesis falaz. Son relatos promovidos por círculos viciosos que pretenden pasar por círculos virtuosos. En lo que atañe a sus seguidores, no hay antídoto para la cerrazón mental, jamás aceptarán aquellas evidencias que los contradicen, en suma creerán en lo que quieren creer, punto.
En nuestros días, los gobernantes de distintos países apelan al relato de la vacuna pensando que de tener éxito la vacunación la gente olvidará todos los desaciertos. En realidad, no se puede gobernar con discursos triunfalistas, tuits y fotos oportunistas. Aquí el ministro de salud decía en la primera quincena de agosto: “Vamos a tener la vacuna antes de tiempo, como en el primer mundo, a un precio infinitamente menor” y, el presidente el mes pasado hablaba de vacunar a 10 millones de personas sobre finales de diciembre (…) Me vino a la memoria Baltasar Gracián que decía: “El primer paso de la ignorancia es presumir de saber”, y también viene al caso Sócrates cuando sostenía: “Habla para que yo te conozca”. Un amigo dice que tienen una maestría para la sublimación, yo pienso lo contrario. En un año no he escuchado ninguna autocrítica, sí permanentes contrasentidos y falta de respeto al ciudadano. Una mala gestión seguida de mala comunicación, más una sobreactuación de tono épico.
Me preocupa el nivel de agresividad de mucha gente ante tanta frustración. Esto no se arregla con promesas, chivos expiatorios o la épica marketinera con la que nos saturan. El titular del SAME comentó lo difícil que se le torna el trabajo a los médicos por el nivel de violencia que hay en la calle. Me lo han confirmado varios colegas, algunos de ellos han sido mis alumnos. Y cuando la calle es como una olla a presión (descarto las movilizaciones orquestadas por no ser representativas), no podemos dejar de mirar al gobierno y la casta política que parecen habitar otro planeta.
El gran problema es que los argentinos nos hemos acostumbrado a soportar ciertos males, así naturalizamos muchas cosas, incluso situaciones moralmente muy nocivas. Me parece oportuno recordar a Martin Luther King cuando decía: “No me preocupa el grito de los violentos y los deshonestos, lo que me preocupa es el silencio de los buenos”. En efecto, King pensaba que la verdadera tragedia de los pueblos estaba en el silencio de la gente.