La política se ha convertido en un teatro de baja estofa y, como lugar común ha adoptado la desinformación, que endilga a la prensa, los opositores y las redes sociales. Las dinastías desde hace tiempo han sido sustituidas por familias que viven de la política o más bien del Estado, desde la generación de sus tatarabuelos, sino antes. Lo cierto es que la política constituye un verdadero coto, donde de tanto en tanto, en ese terreno cercado que tiene a estos históricos propietarios o dinosaurios, se cuela algún advenedizo que promete romper con el estado de situación, o con la denominada casta aunque en verdad anhela incorporarse a ella.

Cuando la ideología se opone a la realidad los resultados siempre son nefastos, lo revela la historia del mundo. Confieso que desde muy joven sospeché de las ideologías, mi olfato político me puso en alerta y por eso no adopté ninguna. Ya de viejo las conozco mucho mejor, como también la condición humana y, cuando me preguntan por mi ideología, sostengo que tengo muchas lecturas y sobre todo variadas, o como dice Pérez-Reverte: “No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca”.

En todas partes se advierten como signos de época la incertidumbre que genera ansiedad cuando no miedo, la confusión en las ideas, y el narcicismo exacerbado. A propósito, he leído últimamente que Boris Groys sostiene que el sujeto contemporáneo es un narciso que se vacía de sí mismo y a sí mismo, para vivir como una imagen que se propaga a través de las tecnologías digitales de masas. Y coincido con Groys, quien suele exhibir una mirada que juzga.

Desde hace más de 200 años los argentinos vivimos en medio de conflictos por mezquinos intereses. En estos últimos 40 años, con la vuelta de la democracia no hemos tenido en la Argentina políticas de Estado, excepto las de incrementar el número de pobres, crear un seudoestado de bienestar, reafirmar privilegios escandalosos, y enmarañar al ciudadano de a pie con trámites que le quitan vida y dinero.

Un gobernador populista repite incansablemente el slogan que, donde hay una necesidad existe un derecho, lo que es absolutamente falso, porque los violadores sexuales pueden experimentar la necesidad de hacerlo pero no tienen ningún derecho a realizarlo. Y para peor la gobernanza de este funcionario está llena de contradicciones. De todas maneras, siempre hay amplios sectores de la población que actúan irracionalmente, de manera pasional, incluso contra sus propios intereses, y hasta se dejan seducir por alguna dádiva. Otro gobernador reelecto apareció en estos días repartiendo dinero, como quien da limosna. Lo cierto es que ninguno de estos individuos tiene activada la “conciencia moral”.

Reparemos en la eterna continuidad de los caudillos provinciales, pase lo que pase, o en los eternos dirigentes sindicales que dicen representar los intereses de los trabajadores, pero lo inexplicable es que comenzaron como simples obreros y hoy son empresarios ultrarricos. No hablemos de los privilegios que el gobierno de turno le confiere a ciertos grupos empresariales, al extremo que el brasileño Aílton Krenak sostiene que el Estado está muerto y en el mundo somos gobernados por corporaciones. Entiendo que si bien el fenómeno no es exclusivamente nuestro, sé que hay países que combaten estos vicios con duras penas.

Un sector tradicionalmente favorecido vive en el limbo, otro buscando la salida del laberinto (clase media), y un tercero en la absoluta desesperanza, donde se cuela la marginalidad impuesta y el delito. Mientras tanto los jóvenes se enojan, con razón, pero ignoran por falta de experiencia, que los políticos son expertos en trampas cazabobos, como el hecho de destruir una casta para reemplazarla por otra.

La retrotopía de un “paraíso perdido” que jamás existió y el canallesco adoctrinamiento como prisión de la mente nos está destruyendo como sociedad. Nos urge pensar y reflexionar con la propia cabeza, no con la de quienes mienten una y otra vez en provecho propio. Creer es mucho más fácil que pensar y, el miedo a pensar, es, el miedo a la libertad, o tal vez qué hacer con ella…

La pobreza en todas sus manifestaciones más las dádivas constituyen la fórmula que lleva a la sumisión o la esclavitud. Las dirigencias, salvo algunas pocas excepciones, han optado por vivir otra realidad, sin embargo el ciudadano de a pie debe reclamar por sus derechos y cumplir con las obligaciones que son legítimas. Dicen que ningún político logra distinguir el amor al poder del amor a sí mismo. Algunos me impresionan como narcotizados por sus propias palabras. No hay duda que el poder es una droga dura, y pocos logran salvarse de la adicción…

Hace unos días en el semanario Perfil decía que la Argentina es inexplicablemente paradojal, uno de los pocos países en el planeta con multiplicidad de recursos naturales, incluyendo el factor humano, pero con vicios estructurales que le impiden desarrollarse. Como ser, aquí no hay conciencia que los dineros públicos son los dineros de los contribuyentes y que están destinados al Bien común, de allí que haya tantas fortunas malhabidas. La lógica del trabajo hoy es desconocida por millones de habitantes (familias que llevan tres generaciones de desocupados). La educación que otrora fue motivo de orgullo con justa razón, es sustituida por el adoctrinamiento partidario para crear un servilismo todoterreno que acepta un relato apócrifo mientras tanto las necesidades vitales se multiplican. Un panorama que produce vergüenza ajena.

Los países desarrollados nos aventajan porque en lo colectivo han actuado con inteligencia (más allá de ciertos cuestionamientos o traspiés morales y éticos), sin embargo en lo individual nos equiparamos, pues éste es un país de individualidades, al extremo que esas individualidades son reconocidas en el exterior mientras aquí se las ignora olímpicamente. Recuerdo que en una oportunidad, mi querido amigo y colega José Alberto Mainetti, maestro y pionero de la bioética en América Latina, me dijo que los argentinos nos conocíamos en el extranjero… Y tenía razón, tenemos verdaderos talentos que son reconocidos en centros del primer mundo y a su vez son desconocidos hasta en el propio barrio.

A pesar de la complejidad que estamos viviendo y que preanuncia un fin de ciclo, cuyas consecuencias ignoramos, y de la inflación que atraviesa y castiga todos los sectores de la sociedad, no hay secretos, cualquier dirigente sabe lo que hay que hacer. Claro que una dirigencia con “conciencia moral” no puede pedirle al ciudadano sacrificios que ella se niega hacer, pues, la confianza se gana con ejemplaridad. Lo curioso es que cultivamos una simbología que pretende sustituir el dilema de nuestra realidad. Y para colmo nos enorgullecemos de tener un país que pudo ser una potencia pero que no fue…