En los días que corren vivimos distintos tipos de opresión, las que a menudo logran camuflarse con diversas estrategias desde centros de poder. Y no solo se trata de la opresión económica que tiene en jaque a todo el planeta, pues también es la opresión ideológica que busca fanatizar a los seguidores, actuando en algunos como eficaz mecanismo de idiotización.

Pero también están los que revelan una justificada insatisfacción porque no logran llevar adelante su proyecto de vida por más que se esfuercen; los que ante un mundo que les es hostil revelan angustia; los que viven medicados por la depresión o la ansiedad; los que en medio de la gente llevan una vida solitaria. Un triste abanico de situaciones que se intentan cubrir con el entretenimiento, que por cierto es de fácil acceso, también con estrategias para escapar de la realidad, como ser a través de la prensa “mainstream”.

Nelson Mandela por luchar contra el apartheid, un sistema de segregación racial en Sudáfrica, estuvo 27 años en prisión, y tras su liberación (1990), lideró las negociaciones que permitieron el fin del apartheid y la llegada de la democracia en 1994. Mandela se convirtió en el primer presidente de raza negra de Sudáfrica, promoviendo la reconciliación y la unidad nacional. Existe una versión de que en prisión intentaron asesinarlo. Cuando fue puesto en libertad, podría haber planeado su venganza por las múltiples injusticias padecidas, incluso llegó a tener suficiente poder para concretarla, sin embargo no lo hizo, era consciente que cometería un grave error. Él buscó el entendimiento entre las partes en conflicto y dejó de lado el resentimiento. Sabía que era imperioso sanar a su nación transitando el camino del perdón, y para ese cometido nada mejor que su ejemplo de vida, por eso al partir dejó un legado de justicia, igualdad y paz que no podemos ignorar.

Paulo Freire, notable pensador de la pedagogía moderna, decía que si la educación no llega a ser liberadora, “el sueño de los oprimidos es ser el opresor”. Y esto es así porque la imagen del opresor está presente en el oprimido a través de la educación o el adoctrinamiento que el opresor le impuso. Lo grave es que daría la impresión que hoy todo termina naturalizándose, incluyendo la vejación, la humillación, la esclavitud, la tiranía del opresor. Al respecto, me viene a la memoria el “síndrome de Estocolmo”, cuando la víctima de un secuestro psicológicamente desarrolla complicidad y un vínculo afectivo? con su secuestrador.??

Las dictaduras más sanguinarias pueden aplastar cualquier intento de sublevación o revolución popular, pero son totalmente incapaces frente al silencio de la rebelión interior de aquellos que tienen consciencia moral.

La opresión tiene diversas facetas y puede concretarse en lo económico, la política, lo social, la educación, el periodismo y la comunicación, la literatura y el arte. Y en ocasiones llega a integrarse en un sistema hegemónico que engloba la ecología, los saberes, y hasta el simbolismo a través de los medios que domina. Ante la violencia del opresor para imponer su autoridad, la respuesta del individuo a veces es reprimir sus emociones, aquello que realmente siente frente a una situación de opresión que cree no poder modificar.

Georg Lukács veía en la revolución bolchevique un problema moral insoluble, porque los oprimidos pasaron a ser los opresores. Él se preguntaba si se puede concebir el bien con medios malos o si se puede conseguir la libertad mediante la opresión…

En fin, la opresión en el mundo fue, ha sido y es una constante histórica. Walter Benjamín, en tiempos del fascismo, sostenía que la tradición de los oprimidos nos enseña que la regla es el «estado de excepción» en el que vivimos. Y hoy no son pocos los países que viven en un “estado de excepción permanente”. Fernando Vallepín nos recuerda que los estados de excepción están pensados para situaciones donde la seguridad nacional se halla en peligro, ya sea por un conflicto armado, un levantamiento militar o popular. En nombre de la seguridad se limitan los derechos. Es el dilema de Hobbes en Leviatán que él resuelve diciendo que ante el riesgo de perder la seguridad, nadie dudaría en ceder la libertad. En realidad, son tantas las veces que por distintos motivos y malditas excusas fuimos obligados a ceder nuestra libertad que hemos perdido la cuenta. Las situaciones excepcionales son muy peligrosas en los países que no tienen bien aceitado los mecanismos de control de poder.

En plena pandemia Giorgio Agammben sostenía que existe una creciente tendencia a emplear el “estado de excepción” como paradigma normal de gobierno y, se pregunta si la pandemia no es el laboratorio para modificar las democracias, a la luz de lo que todos pudimos vivir y comprobar. Él denuncia la facilidad con que las sociedades aceptaron militarizar las rutinas, “Así como frente al terrorismo se afirmaba que la libertad debía ser suprimida para defenderla, también ahora nos dicen que es necesario suspender la vida para protegerla”.

Frente a un mundo cada vez más violento y cruel, donde la incertidumbre y el temor al futuro surgen como notas dominantes, pienso que es necesario reivindicar el derecho a pensar por sí mismo. Desde hace tiempo los seres humanos venimos perdiendo algunas habilidades fundamentales que deberíamos recuperar, como ser: escuchar, conversar face to face quizá para percibir la epifanía de lo humano, discutir con argumentos y no con prejuicios, reflexionar, ejercer la crítica, darle cabida a la propia voz y, decidirse a desafiar el statu quo.