Cuando comenzó la cuarentena publiqué en diferentes medios que descuidar las otras patologías era un error. Algunas son prevalentes, al punto de ser consideradas por la OMS como “epidemias del Siglo XXI”, incluso varias tienen mayor letalidad que el SARS-CoV-2. Entonces señalé que esa actitud traería problemas y retrocederíamos en la lucha de diferentes enfermedades. Pero los ojos del mundo estaban puestos en un solo patógeno, situación que no se ha modificado. En fin, los médicos internistas tenemos una visión amplia e integradora de la profesión que nos sitúa en la realidad.

Hoy resurge la preocupación por la propagación de gérmenes resistentes a los fármacos (bacterias y parásitos) que proliferan en hospitales y centros sanitarios de todo el mundo. Pero el tema central sigue siendo la vacuna y su poder de talismán (…)

La gente tiene mucha información acerca de las vacunas, sabe que hay una decena que se fabrican en los Estados Unidos, en distintos países de Europa incluyendo Rusia, también China y la India. Sabe de las diferentes clases que reconocen al coronavirus, de que se requieren distintas tecnologías para producirlas, materias primas, equipos. No es tarea para improvisados. Pero también se entera de que más allá de la proeza científica, están los negociados, los contratos secretos, la falta de transparencia, las enormes sumas millonarias que anticipadamente recibieron los laboratorios para investigar y producir vacunas (dineros públicos), y también de su negativa a ceder o compartir las patentes aunque se trate de la salud, o del “negocio de la salud”, que no es más que un negocio.

Para los que conocemos los abusos que cometen estas empresas sabemos que no es nada nuevo, existe una larga historia donde sobran las evidencias y las sanciones escasean. Ahora estas “irregularidades” salen a la luz por obra y gracia de la pandemia. Mientras, estimo que no se debe descuidar la producción de vacunas para prevenir el sarampión, la poliomielitis, la meningitis, entre diversas enfermedades con capacidad letal.

China no cooperó con la OMS al principio de la pandemia, tampoco lo hace ahora donde una misión de científicos trata de averiguar allí cómo se originó. Ha pasado más de un año y muchas oportunidades de investigación en terreno se han perdido, pues, todo está bajo el control estricto del Partido Comunista Chino, cuya infalibilidad ningún habitante se atreve discutir. En su momento ocultaron información, manejaron el tema como un asunto interno, y la OMS por su parte cometió no pocos errores que la tornó muy vulnerable ante la opinión pública. La realidad es que hoy hay más de dos millones de muertos y la enfermedad ha infectado a unos 94 millones de personas en todo el planeta. El mundo se detuvo y existe temor. China no puede actuar como un espectador más, tiene una responsabilidad ética, moral e institucional que no puede negar. Y todos los Estados miembro que conforman la OMS deberían exigir a China que asuma su responsabilidad, más allá de los intereses económicos que estén en juego.

A la Argentina llegaron muy pocas vacunas, menos del 5% de las que el gobierno prometió para esta fecha, y lo hizo con una escenográfica épica que algunos medios comparan con el triunfalismo de Malvinas. Los que vivimos esa época lo recordamos con tristeza y somos muy respetuosos con esa tragedia que nos enlutó. Estas vacunas estarían destinadas al personal en contacto directo y frecuente con los infectados de Covid-19. Que el presidente de la nación y su ministro de salud se hayan vacunado pese a no estar en la primera línea me parece correcto, es necesario inspirar confianza en la población, pero hasta aquí llega la excepción ética a la regla. Según los medios decenas de intendentes de la Provincia de Buenos Aires y concejales, ya se vacunaron sin ser personal esencial, tampoco son influencers, más allá que algunos se consideren celebrities. Con esta actitud le han privado a decenas de médicos, enfermeras y auxiliares de una protección, justo a aquellos que sí están arriesgando sus vidas… Ya sé que esto también sucede en otros países. La semana pasada salió a la luz que en España no menos de 700 personas, sindicalistas, políticos, militares y hasta un obispo que no pertenecen a los grupos vulnerables, usando todo tipo de excusas lograron vacunarse y, solo cinco de los funcionarios acusados tuvieron la dignidad de renunciar.

Cuando leo los diarios o veo los noticieros me doy cuenta de que el género que decididamente se ha impuesto en la Argentina es el “grotesco”. En efecto, los actores, léanse los políticos, no entran en escena en su justo momento, pues el destiempo es la norma, no dicen lo que deberían decir, tampoco hacen lo que deberían hacer, y lo fatal, lo trágico, lo interpretan con tanta torpeza que lo convierten en algo cómico. Muchos ciudadanos se hacen los distraídos convencidos de que nada puede hacerse, manifiestan estar agotados ante tanta realidad. Pues bien, no hay vacuna para el mal argentino.

Por otra parte, lo sucedido en algunas provincias con la vulneración de los derechos humanos por esos eternos tiranuelos vernáculos no tiene justificación, más allá de la defensa corporativa de los que tienen la franquicia de estos derechos y de paso falsifican su historia. Los “crímenes de lesa humanidad o contra la humanidad” no requieren forzosamente de la “clandestinidad”. No somos ignorantes como suponen y, no todos pertenecen a esa masa que manipulan convencidos de que jamás despertará. Cuidado con la soberbia y el reloj de la historia. Aquí se confunde lealtad con complicidad.

Hace varios meses, en medio de mi obligada reclusión que coincidía con la prohibición de apertura de los negocios que desde el 20 de marzo pasado no podían trabajar y varios miles habían quebrado, vi por TV una entrevista que le hicieron a Juan José Sebreli, donde sostuvo que todos los comerciantes deberían abrir sus locales, invocando la teoría y práctica de la “desobediencia civil”. Conozco el tema y entendí perfectamente el mensaje de Sebreli, pero también imaginé la reacción desmesurada que supondría. En efecto, periodistas, políticos, ciudadanos corrientes salieron a atacarlo con ira. Un conocido periodista le negaba su condición de intelectual. Otros sostenían que sus palabras eran un acto de sedición, que buscaba un golpe de Estado y que la justicia debía intervenir. Pero un intelectual de cuño oficialista decía en C5N que la teoría de Thoreau que mencionó Sebreli se aplica a las dictaduras y no a las democracias, no sé si por desconocimiento o deshonestidad intelectual, ya que Henry David Thoreau en el Siglo XIX y en plena democracia se negaba a pagar impuestos para no financiar la guerra que entonces Estados Unidos libraba contra México. Ahora apareció el libro “Desobediencia civil y libertad responsable”, en colaboración con Marcelo Gioffré, donde tratan el tema con rigor e invocan a pensadores trascendentes. Lo cierto es que en muchos lugares del planeta hay demostraciones de desobediencia civil como ejercicio responsable de la libertad. Pero claro, esto es inadmisible para los regímenes autoritarios y para quienes solo admiten el pensamiento único. Saramago decía que, «Disentir es uno de los derechos que le faltan a la Declaración de los Derechos Humanos».

En estos días hizo declaraciones Brigitte Bardot. En mi adolescencia no dejaba de ir al cine de barrio para ver sus películas, al igual que las de Jeanne Moreau, Claudia Cardinale y Romy Schneider. Ellas formaron parte de mi adolescencia. Brigitte siempre militó por los derechos de los animales e incluso tiene una fundación protectora. Por ser población de riesgo vive recluida en su mansión La Mandriague, en Saint Tropez. Recuerdo que recorriendo en automovil la Costa Azul en el 79, la gendarmería francesa no nos permitió entrar en Saint Tropez por causa de una inundación y, quedó como una asignatura pendiente. Pero lo interesante es que Brigitte se mantiene en su trece, ya fue condenada por “incitación al odio racial” y dice no importarle, a lo sumo pagará la multa. Ella tiene un discurso contrario a los inmigrantes y roces con los movimientos feministas. Refiriéndose a los hombres comenta: “A mí me gustaba que me miraran”. Y cree que la Covid-19 restaurará un nuevo orden, ante una superpoblación que no podemos controlar. En fin, me recuerda a Jean-Marie Le Pen cuando invocaba al Ébola.

Hace poco recordé que en el bachillerato tenía un profesor de educación democrática o cultura cívica que no le hacía honor a la asignatura. En una oportunidad le dijo a un compañero: “si usted no está de acuerdo con lo que acabo de decir, ¡cállese!”. Esa era la preparación ciudadana que recibíamos. En ese año caía el gobierno de Arturo Illía, médico de profesión, entre otras cosas por cuestionar a los laboratorios de productos medicinales. Se comprobó que los grandes laboratorios poseían un doble juego de libros de contabilidad que les permitía exagerar los costos para aumentar sus ganancias. La ley del ministro de salud Oñativia, congeló el precio de los medicamentos y definía a éstos como «bienes sociales», en consecuencia, si la emergencia superaba la demanda, la patente farmacéutica no tendría razón de ser. ¡Qué actual con lo que estamos viviendo en el mundo con las vacunas! Ante las quejas de los laboratorios el gobierno les dio seis meses para presentar una declaración jurada sobre el costo y la calidad de los medicamentos, y mantuvo congelados los precios. Ninguno presentó la declaración jurada. La ira de los grandes laboratorios se hizo sentir y, al desagrado estadounidense por el tema petrolero, se sumó el enojo de Suiza que al año siguiente puso obstáculos al refinanciamiento de la deuda externa argentina desde el Club de París.

En toda democracia la separación de poderes genera ciertas dificultades. La Argentina desde siempre tuvo serios problemas. El gobierno quiere aumentar el número de miembros de la Corte Suprema porque considera que debería expedirse en un mayor número de casos, pero tengo entendido que decide en unos 7.000 casos al año, lo que no es poco. Reparemos que la Corte de los Estados Unidos, con una población diez veces superior y con un perfil similar a la nuestra, decide en menos de 100 casos.

La vuelta a clases también es otro tema mal politizado. El daño cometido es irreparable, ignoramos las consecuencias. La presencialidad genera vínculos, hábitos, rutinas que sirven para construir la identidad. El vínculo entre los seres humanos es irremplazable y la experiencia internacional revela que usando barbijos, respetando el distanciamiento social y las medidas básicas de higiene las clases presenciales pueden realizarse, en estas condiciones es muy rara la transmisión del virus. Sin embargo hay sindicalistas que no conformes con el año perdido, viven poniendo excusas, sobre todo en CABA. Ahora pretenden que las maestras tengan las dos dosis de la vacuna para retornar a las aulas. Qué podríamos decir entonces de las cajeras de los supermercados que nunca dejaron de trabajar y se expusieron al peligro, mientras los docentes estaban en sus casas y algunos hasta ya disfrutaron del verano en la costa. Tengo varias décadas de docente universitario y sostengo que la docencia debe articulase con la decencia, como sinónimo de honestidad, como dignidad aplicada a los actos y a las palabras. Los países con mejores sistemas educativos son los que tienen menos corrupción, allí los gobiernos están obligados a rendir cuentas y no hay lugar para la impunidad. Que en la Argentina la educación no sea considerada una actividad esencial no es casual, tampoco sorprende.

Hace unos días me entristeció enterarme de la difícil situación de salud de un querido amigo, brillante colega y compañero de ruta. Siempre sostuve que la vejez es muy cruel. También supe por los medios de que Tony Bennett tiene Alzheimer, pero gracias a la cálida contención familiar y a las medidas terapéuticas, Tony sigue cantando. Su esposa dice: “Ojalá que se vaya a dormir una noche y eso sea todo”.

El mundo está preocupado por los enfermos y muertos que produce la pandemia, pero no advirtió que la corrupción produce más daños y más muertos. Nos hemos habituado a tolerar a los que asumen el derecho de lo que no han ganado, sin considerar a los que pierden ese derecho que lo ganaron. Las cosas no serían como son, sino como parecen ser y, esto le interesa a los políticos. La política sin espectáculo no funciona. Saramago decía: «Espero morir como he vivido, respetándome a mí mismo como condición para respetar a los demás y sin perder la idea de que el mundo debe ser otro y no esta cosa infame».