Tengo la firme impresión que en el mundo y, particularmente la Argentina, nunca hubo tanta toma de conciencia de la soledad como durante la pandemia y la cuarentena. En efecto, una soledad impuesta que produjo mucho daño, y las secuelas que ha dejado en la salud de tanta gente es algo que comprobamos a menudo los médicos. Recuerdo de esos días que era habitual que me llamasen por teléfono o WhatsApp pacientes y amigos para comentarme lo mal que se sentían, incluso algunos con crisis de pánico, y yo trataba de hacer lo posible por contenerlos emocionalmente. De esa etapa todos tenemos vivencias y anécdotas para contar, pero más allá de las numerosas muertes, en verdad incontables, sé de gente que nunca más volvió a salir a la calle o que ahora lo hace con dificultad y que confiesa que no puede llevar una vida más o menos normal. No hay duda que la desconexión social es terrible, atenta contra el bienestar, pone en peligro la salud física y mental; si esto lo supieran quienes toman las grandes decisiones, incluyendo los “expertos”. En fin, no deja de ser curioso ya que el mundo nunca estuvo tan conectado como en nuestros días, al punto que se habla de “hiperconexión global”, sin embargo la soledad se impone. Por su parte la OPS (Organización Panamericana de la Salud) señala la existencia de una epidemia silenciosa de soledad, considera que el aislamiento y la soledad son factores de riesgo para la depresión y el suicidio, por eso se recomienda la conexión social. Es cierto, incluso se advierte en no pocos cierta dificultad para conversar. Al respecto, he leído que existen Ministerios de la Soledad en Japón y el Reino Unido destinados a promover los lazos entre los ciudadanos. Si veinte años atrás alguien me lo hubiese mencionado seguramente lo atribuiría a una narración distópica, al estilo de George Orwell, pero tengo entendido que también el Foro Económico Mundial consideró a la soledad y al aislamiento social como una de las principales amenazas para la economía global por las alteraciones de salud que provoca en la población.
El ser humano es un animal social, necesita comunicarse, conectarse socialmente. Esto puede ser una ayuda para combatir el stress y hasta disfrutar de la vida. En efecto, cuando estamos con amigos, con seres queridos, solemos compartir sentimientos que en el fondo son experiencias positivas, sobre todo cuando se trata de quienes nos importan y les importamos, hasta nos sentimos felices.
Gustavo Adolfo Bécquer decía: “La soledad es el imperio de la conciencia”, mientras Víctor Hugo consideraba la soledad un infierno. Muchas veces manifestamos el deseo de querer estar solos, ansiamos mantener un diálogo interior, sin distracciones. Y en ese momento la soledad puede ser una buena compañía. En París, un famoso intelectual que frecuentemente era reconocido en la calle solía decir: “tengo hambre de soledad”. Pues bien, en el ámbito humanístico es habitual que el autor busque la soledad para inspirarse y hacer su trabajo.
En los años 70, en Madrid, recuerdo a Francisco Umbral sentado solo en el banco de una plaza observando con una actitud distante a la gente que pasaba (yo solía leer su columna semanal), también a Julio Cortázar envuelto en su impermeable que pasó caminando a mi lado con la mirada extraviada, como ausente de lo que le rodeaba, vaya uno a saber qué pensaba, y hace pocos años en una mesa de café contigua a la mía, en la calle Corrientes, David Viñas cavilaba mientras corregía sus escritos.
Hoy las cosas son muy diferentes. Recuerdo que había una época en que nos comunicábamos por el teléfono de línea y por carta (correspondencia epistolar). Yo desde Europa hablaba por teléfono con mi familia un par de veces al año ya que no me lo permitía mi bolsillo de becario, pero usaba a menudo el correo marítimo, que era más barato que el correo aéreo, y la carta llegaba al destinatario en unos quince días. Los medios digitales hoy nos permiten comunicarnos al instante con los lugares más remotos del planeta, sin embargo cuanto más acceso tenemos a estos medios más solos nos sentimos… Hasta hablar por celular como antes lo hacíamos por el teléfono de línea nos incomoda. Claro que la voz tiene lo suyo, pues es capaz de transmitir una emoción que no tiene la palabra escrita. Y no hablemos de la relación presencial que resulta insuperable.
Rosa Montero dice que la locura es la forma más atroz de soledad, y la enfermedad, la soledad psíquica, te hace creer que eres único. Es necesario distinguir entre la soledad existencial, ya que uno nace y muere solo, el dolor solo lo percibe uno, y la soledad social, por eso ella recomienda que el ser humano debe aprender a vivir solo y ser autosuficiente, caso contrario las parejas y los amigos terminan siendo un desastre.
Pienso que hay que profundizar la conexión humana. Quizá lo necesitemos más que nunca, porque vivimos en un mundo con signos de enfermedad, y lo que llamamos normal es una construcción social basada en una normativa cultural. De todas maneras, estimo que necesitamos seguir defendiendo la vida, la libertad, la igualdad, la verdad, la corrección…