Todo canon, de la materia que sea, supone inclusiones objetables y omisiones inexcusables, pues, los seres humanos no nos libramos de ciertos sesgos cognitivos ni prejuicios psicológicos. Muchas “batallas culturales” las crean políticos con déficit de formación cultural y, a veces con la colaboración de algún “intelectual asalariado o cortesano”. El Día Internacional de la Mujer (8M), en la Casa Rosada se clausuró el Salón de las Mujeres, entre quienes figuraban Juana Azurduy, Mariquita Sánchez de Thompson, Cecilia Grierson, Alfonsina Storni, Alicia Moreau de Justo, Victoria Ocampo… Y se reemplazó con el Salón de los Próceres (no hay ninguna mujer), que incluye a Roca y Menem, muy cuestionados por la historia y salpicados por la corrupción. No están Hipólito Irigoyen cuyo derrocamiento selló la primera violación histórica del orden constitucional, ni Alfonsín, una figura que genera antipatía entre los adalides vernáculos de la libertad. Raúl Alfonsín basó su política sobre derechos humanos en tres decretos que son históricos: el del enjuiciamiento a las Juntas Militares (en un momento de altísimo poder del militarismo), la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) sin antecedentes en el mundo, y el enjuiciamiento de ciertos líderes guerrilleros que contribuyeron a la violencia desatada en la Argentina de los años 70. El kichnerismo descaradamente se apropió de esa historia y la falsificó en provecho propio. No hay duda que Alfonsín tenía claro que enjuiciar al terrorismo de Estado (seguramente más criticable por utilizar los recursos del Estado), no significaba olvidar los crímenes de la guerrilla, pero su “vocación socialdemócrata” resulta indigerible para no pocos libertarios. Alfonsín, pese a sus fallas y errores, que oportunamente no dude en criticar, significó el retorno de la democracia y la puesta al día de los derechos humanos, no es poco a la luz de la historia. Recuerdo que en la época del Terrorismo de Estado, había gente que cuando se enteraba de que alguien había desaparecido, recurría a una frase que implicaba un juicio de valor, que negaba toda presunción de inocencia y el principio del debido proceso: “Algo habrá hecho”. Así parte de la sociedad mostraba con absoluta tranquilidad su indiferencia por el dolor ajeno. Decía Antonio Gramsci que: “La indiferencia es el peso muerto de la historia”.
La reescritura de la historia tiende a imponer una simbología y una mística a contracorriente, no solo aquí. A uno le habla un pajarito, a otro las fuerzas del cielo. En Venezuela incluyeron la firma de Chávez en el Acta de Independencia de 1811, y en París los diputados a favor del colonialismo exigían que en los manuales escolares figurase el papel positivo de Francia en el norte de África, pero ante las fuertes protestas el entonces presidente Chirac, admitió que no es misión de los legisladores controlar la enseñanza de la historia. En efecto, la historia como ciencia es revisada por los profesionales de la historia, y está bien porque así se autocorrige, pero de ninguna manera se puede reemplazar por una “ideología de la historia” (las ideologías terminan siendo cárceles de la mente).
El historiador Luis Alberto Romero sostiene que: “Los mitos, en los que se cimentó nuestra nacionalidad, dificultan enormemente el trabajo de los historiadores que quieren entender, por debajo del bronce a la persona”. Él es partidario de reemplazar a los “próceres” por “ciudadanos destacados” que contribuyeron a construir la Argentina, cada uno con sus convicciones y con su ejemplo. En efecto, se pregunta: ¿Por qué optar entre Rivadavia y Rosas?, cuando ambos durante años se complementaron para ordenar y tornar próspera a la Provincia de Buenos Aires.
La verdad es que el país ha pasado por muchos gobiernos pero jamás se sancionó con severidad la corrupción, por eso nunca se desalentó. De allí que la corrupción sea una telaraña que se extendió a todos los confines del país, al extremo que se ha naturalizado y muchos creen que es imposible erradicarla, sin embargo es el mayor mal estructural que nos aqueja frente a la indiferencia de aquellos que la ven como algo necesario para concretar los grandes negociados capaces de impulsar el progreso y, asimismo permitir las transacciones políticas con la finalidad de conquistar poder. Lo cierto es que, en tanto y en cuanto goce de una amplia tolerancia social, no hay salida posible de este laberinto. Ya sé que la indiferencia moral no es un fenómeno local, puesto que el mundo tiene varios dramas humanitarios que en la práctica no le presta la debida atención por no considerarlos prioritarios, o quizá porque sus consecuencias no afectan sus intereses, y esto termina avalando todo tipo de abusos que denigran la condición humana.
La indiferencia en ocasiones sirve como escudo ante las críticas injustificadas o las difamaciones, es entendible. Pero hay quienes creen que exhibiendo indiferencia logran anular al otro o desplazarlo del centro de atención y, hasta creen que ignorándolo éste dejará de existir en el ámbito social. La realidad es que la indiferencia no siempre logra su cometido.
Javier Milei, hace poco en Davos, sostuvo que pretendía “defender los valores de Occidente”. Pues bien, me parece un cometido loable. Sin embargo, Loris Zanatta se preguntaba a qué valores se refería el presidente, ya que no mencionó la democracia, el pluralismo, los derechos humanos, las libertades civiles, la laicidad, ni el respeto a las minorías, solo mencionó la “libre empresa”… Es curioso, justamente acaba de cumplir sus primeros cien días de mandato y no ha dado muestras concretas de defender esos valores, más allá que todavía goza del apoyo popular que conquistó con sus críticas a los políticos (la casta), las promesas de un cambio radical en el Estado, y solucionar la terrible situación económica que mantiene en la pobreza al 60% de la población, jaquea la vida de la “clase media” y asfixia a los jubilados. En fin, se necesita “conciencia moral”, la sensibilidad que nos define como seres humanos, y tener presente que la “cuestión social” es una prioridad existencial y no una elaboración imaginaria de los opositores y de quienes conspiran contra el país. Todos conocemos la herencia, por cierto dramática, pero en estos cien días hubo suficiente tiempo para comenzar a tomar medidas fundamentales que no se tomaron…La realidad está en la calle y no en las redes sociales cuyo mundo es virtual. Ya pasó el tiempo de la campaña y es hora de enderezar el rumbo del país con firmeza pero con la humildad de quienes se autocalifican como “gente de bien”. El gobierno elegido legítimamente debe solucionar los problemas vitales de la población, muy acuciantes, por eso la gestión de prioridades y la toma de decisión con inteligencia o sentido ético. No creo que haya humor social para desvaríos, maniobras de distracción o fuegos de artificio.