• Nota biográfica de Roberto Miguel Cataldi Amatriain

Conflictos, Intereses & Armonías

~ Blog sobre Crítica Cultural / por Roberto M. Cataldi Amatriain

Conflictos, Intereses & Armonías

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Indiferencia moral y relato político

21 jueves Mar 2024

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Todo canon, de la materia que sea, supone inclusiones objetables y omisiones inexcusables, pues, los seres humanos no nos libramos de ciertos sesgos cognitivos ni prejuicios psicológicos. Muchas “batallas culturales” las crean políticos con déficit de formación cultural y, a veces con la colaboración de algún “intelectual asalariado o cortesano”. El Día Internacional de la Mujer (8M), en la Casa Rosada se clausuró el Salón de las Mujeres, entre quienes figuraban Juana Azurduy, Mariquita Sánchez de Thompson, Cecilia Grierson, Alfonsina Storni, Alicia Moreau de Justo, Victoria Ocampo… Y se reemplazó con el Salón de los Próceres (no hay ninguna mujer), que incluye a Roca y Menem, muy cuestionados por la historia y salpicados por la corrupción. No están Hipólito Irigoyen cuyo derrocamiento selló la primera violación histórica del orden constitucional, ni Alfonsín, una figura que genera antipatía entre los adalides vernáculos de la libertad. Raúl Alfonsín basó su política sobre derechos humanos en tres decretos que son históricos: el del enjuiciamiento a las Juntas Militares (en un momento de altísimo poder del militarismo), la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) sin antecedentes en el mundo, y el enjuiciamiento de ciertos líderes guerrilleros que contribuyeron a la violencia desatada en la Argentina de los años 70. El kichnerismo descaradamente se apropió de esa historia y la falsificó en provecho propio. No hay duda que Alfonsín tenía claro que enjuiciar al terrorismo de Estado (seguramente más criticable por utilizar los recursos del Estado), no significaba olvidar los crímenes de la guerrilla, pero su “vocación socialdemócrata” resulta indigerible para no pocos libertarios. Alfonsín, pese a sus fallas y errores, que oportunamente no dude en criticar, significó el retorno de la democracia y la puesta al día de los derechos humanos, no es poco a la luz de la historia. Recuerdo que en la época del Terrorismo de Estado, había gente que cuando se enteraba de que alguien había desaparecido, recurría a una frase que implicaba un juicio de valor, que negaba toda presunción de inocencia y el principio del debido proceso: “Algo habrá hecho”. Así parte de la sociedad mostraba con absoluta tranquilidad su indiferencia por el dolor ajeno. Decía Antonio Gramsci que: “La indiferencia es el peso muerto de la historia”.

La reescritura de la historia tiende a imponer una simbología y una mística a contracorriente, no solo aquí. A uno le habla un pajarito, a otro las fuerzas del cielo. En Venezuela incluyeron la firma de Chávez en el Acta de Independencia de 1811, y en París los diputados a favor del colonialismo exigían que en los manuales escolares figurase el papel positivo de Francia en el norte de África, pero ante las fuertes protestas el entonces presidente Chirac, admitió que no es misión de los legisladores controlar la enseñanza de la historia. En efecto, la historia como ciencia es revisada por los profesionales de la historia, y está bien porque así se autocorrige, pero de ninguna manera se puede reemplazar por una “ideología de la historia” (las ideologías terminan siendo cárceles de la mente).

El historiador Luis Alberto Romero sostiene que: “Los mitos, en los que se cimentó nuestra nacionalidad, dificultan enormemente el trabajo de los historiadores que quieren entender, por debajo del bronce a la persona”. Él es partidario de reemplazar a los “próceres” por “ciudadanos destacados” que contribuyeron a construir la Argentina, cada uno con sus convicciones y con su ejemplo. En efecto, se pregunta: ¿Por qué optar entre Rivadavia y Rosas?, cuando ambos durante años se complementaron para ordenar y tornar próspera a la Provincia de Buenos Aires.

La verdad es que el país ha pasado por muchos gobiernos pero jamás se sancionó con severidad la corrupción, por eso nunca se desalentó. De allí que la corrupción sea una telaraña que se extendió a todos los confines del país, al extremo que se ha naturalizado y muchos creen que es imposible erradicarla, sin embargo es el mayor mal estructural que nos aqueja frente a la indiferencia de aquellos que la ven como algo necesario para concretar los grandes negociados capaces de impulsar el progreso y, asimismo permitir las transacciones políticas con la finalidad de conquistar poder. Lo cierto es que, en tanto y en cuanto goce de una amplia tolerancia social, no hay salida posible de este laberinto. Ya sé que la indiferencia moral no es un fenómeno local, puesto que el mundo tiene varios dramas humanitarios que en la práctica no le presta la debida atención por no considerarlos prioritarios, o quizá porque sus consecuencias no afectan sus intereses, y esto termina avalando todo tipo de abusos que denigran la condición humana.

La indiferencia en ocasiones sirve como escudo ante las críticas injustificadas o las difamaciones, es entendible. Pero hay quienes creen que exhibiendo indiferencia logran anular al otro o desplazarlo del centro de atención y, hasta creen que ignorándolo éste dejará de existir en el ámbito social. La realidad es que la indiferencia no siempre logra su cometido.

Javier Milei, hace poco en Davos, sostuvo que pretendía “defender los valores de Occidente”. Pues bien, me parece un cometido loable. Sin embargo, Loris Zanatta se preguntaba a qué valores se refería el presidente, ya que no mencionó la democracia, el pluralismo, los derechos humanos, las libertades civiles, la laicidad, ni el respeto a las minorías, solo mencionó la “libre empresa”… Es curioso, justamente acaba de cumplir sus primeros cien días de mandato y no ha dado muestras concretas de defender esos valores, más allá que todavía goza del apoyo popular que conquistó con sus críticas a los políticos (la casta), las promesas de un cambio radical en el Estado, y solucionar la terrible situación económica que mantiene en la pobreza al 60% de la población, jaquea la vida de la “clase media” y asfixia a los jubilados. En fin, se necesita “conciencia moral”, la sensibilidad que nos define como seres humanos, y tener presente que la “cuestión social” es una prioridad existencial y no una elaboración imaginaria de los opositores y de quienes conspiran contra el país. Todos conocemos la herencia, por cierto dramática, pero en estos cien días hubo suficiente tiempo para comenzar a tomar medidas fundamentales que no se tomaron…La realidad está en la calle y no en las redes sociales cuyo mundo es virtual. Ya pasó el tiempo de la campaña y es hora de enderezar el rumbo del país con firmeza pero con la humildad de quienes se autocalifican como “gente de bien”. El gobierno elegido legítimamente debe solucionar los problemas vitales de la población, muy acuciantes, por eso la gestión de prioridades y la toma de decisión con inteligencia o sentido ético. No creo que haya humor social para desvaríos, maniobras de distracción o fuegos de artificio.

No todo lo importante es urgente

15 jueves Feb 2024

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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En la vida, lo primero, es, lo primero. En efecto, el sentido común nos indica el orden de las prioridades. No se necesita haber pasado por la universidad o incluso estar alfabetizado, pues, he conocido académicos y expertos que carecen de este sentido.

El presidente Javier Milei, en su campaña hizo una serie de promesas rimbombantes que generaron el apoyo de una amplia mayoría, harta de ser abusada y de soportar los privilegios de una clase política y sus socios que siempre antepusieron sus intereses personales, es más, muchos se jactaron que ante la corrupción la impunidad los protegía.

La ciudadanía esperaba un recorte drástico de los privilegios económicos de la “casta”, aunque no fueran suficientes para arreglar las maltrechas cuentas públicas, pero que fuese un gesto, un símbolo. En efecto, el país necesita que se combata a fondo el mayor mal argentino que es la corrupción, mientras la economía, nudo gordiano del mal humor social y de necesidades existenciales, comience a mejorar. La microeconomía es algo fundamental. Y hasta ahora no fue así, más allá de algunas escenificaciones, la “casta” continúa con sus privilegios y en el Parlamento al ejecutivo le hacen morder el polvo de la realidad. El ajuste económico está, pero es el ciudadano de a pie quien eternamente sigue pagando los platos rotos…

La CGT, por su parte, durante los cuatro años del gobierno anterior enmudeció, a sabiendas que era el gran responsable del actual descalabro financiero, que entre otras cosas gravísimas, produjo la mayor inflación mundial. Rápidamente convocó a los trabajadores (tiene un núcleo duro y descarado), también al pueblo en general para que se manifestara en la calle contra el DNU, la Ley Ómnibus y se sumara al paro general (en cuatro años no hizo un paro pero ahora lo concretó a 45 días de asumir el nuevo ejecutivo). La intención es clara: voltear al gobierno elegido por la mayoría. Desde hace 77 años el sindicalismo responde a un partido político, lo que es ilegítimo, porque entre sus afiliados hay trabajadores con distintas ideas y coloraturas políticas, sin embargo eso no importa, la CGT es peronista, así como la histórica Plaza de Mayo es la Plaza de Perón, y podríamos seguir con las incontables apropiaciones indebidas. Que sus dirigentes permanezcan en el poder desde hace tres, cuatro o más décadas sin reemplazo posible no es casual… Todos sabemos cómo se logra esto, con democracia sindical jamás.

A un presidente le asiste el derecho de tener su ideología política y su credo religioso, pero le pertenece a él, no a los ciudadanos. Y de ninguna manera puede imponerle a la ciudadanía su visión de las cosas. Si pretende imponerla contra el viento y la marea, caerá en la autocracia, tal vez en la dictadura, quizás en la tiranía (hoy está más cerca de Juan Manuel de Rosas que de su admirado Alberdi). Milei se autopercibe como un mesías y aspira ser el faro del capitalismo occidental. En Davos, templo del capitalismo, en vez de mostrar las oportunidades del país para los inversionistas, quiso dar cátedra: “Buena parte de las ideas aceptadas en Occidente son variantes colectivistas, ya sea que se declamen comunistas, fascistas, nazis, socialistas, socialdemócratas, keynesianos, progresistas, populistas, nacionalistas o globalistas. En el fondo no hay diferencias sustantivas, todos sostienen que el Estado debe dirigir la vida de los individuos”. Metió a todos en la misma bolsa… Él no es Moisés. Si cree que es un hombre predestinado por las fuerzas del cielo es su problema, ahora si confunde la mística y la mitología con la política y la gobernanza, es la ciudadanía la que tiene un serio problema. En efecto, las elecciones libres no siempre nos aseguran que habrá una democracia republicana, ya que a veces se eligen dictaduras, pero éste no sería el caso actual de la Argentina. Además no es la primera vez que un presidente no está capacitado para ejercer múltiples y variadas funciones de gobierno, eso se subsana con muy buenos colaboradores y escuchando a los expertos en cada rubro que sepan asesorarlo.

Quienes creen que solo con la “libre empresa” se solucionan los problemas del país revelan una visión acotada de la realidad, un sentido reduccionista de la vida, una actitud profundamente dogmática. Tampoco es una solución achicar el Estado a su mínima expresión (minarquismo). Existen países desarrollados con grandes Estados. Pero lo cierto es que muchos de los integrantes de los tres poderes deberían irse a su casa o ser juzgados por sus faltas. El tamaño del Estado depende de las necesidades concretas del país, y además se necesita que las instituciones estatales sean fortalecidas. No hay un mercado fuerte sin un Estado fuerte.

Milei es un experto en macroeconomía, y no ha dado muestras de otros conocimientos que son fundamentales, dando por sentado verdades que no son tales. Los populistas, que ignoran la escala de los grises, en su megalomanía creen saber de todo y se sienten autorizados para tomar decisiones sin base ni fundamento. Es el caso de Donald Trump, que cada tema que aborda recurre a su muletilla: “nadie sabe más que yo”, cuando su estupidez es garrafal. En fin, la política corre el riesgo de reemplazar viejos vicios por nuevos vicios disfrazados de virtudes.

En Milei su temperamento irascible es un obstáculo para el diálogo abierto y constructivo con aquellos que piensan diferente y a los que necesita para asegurar la gobernabilidad. No tiene el don de la palabra, ni hablada ni escrita. Grita, enciende el ánimo de quienes lo consideran su líder y, cree que eso alcanza para llevarse puesto los contrapoderes que le están demostrando que si quieren son capaces de funcionar. Recientemente una diputada de su agrupación lo calificó de “estadista”, evidentemente esta mujer desconoce el significado del término, es más, no creo que en nuestros días haya en el mundo un presidente o primer ministro que podamos definir como un verdadero estadista.

La historia económica y social de la Argentina es propia de un laboratorio de ensayo. La crisis macroeconómica exige resolver el problema del “déficit fiscal”, y hoy estabilizar la economía resulta muy difícil porque no hay reservas (las despilfarró el gobierno que se fue). He leído que los planes de estabilización de los años 80 (Plan Austral, Plan Primavera) fracasaron porque no consideraban el “ajuste fiscal”, y que el Plan de Convertibilidad de Cavallo se implementó en otras condiciones contextuales. Ahora no hay dinero suficiente y la hiperinflación ya está. Si se llegase a resolver la hiperinflación la dolarización no resultaría necesaria.

Perón en 1946 aprobó 1542 decretos, la Corte Suprema se opuso y la desmanteló mediante juicio político junto al procurador general de la Nación. Menem en los años 90 privatizó cientos de empresas públicas y dejó un reguero de secuelas sociales que hoy padecemos. Ahora los partidarios de ese movimiento dicen que la patria no se vende… Desde ya que estoy de acuerdo en no privatizar aquellas empresas que son estratégicas para el país además de rentables, pero por favor, lean un poco de historia. Es curioso, hacen mención de la historia como si la conocieran y repiten aquellas cosas con las que los adoctrinaron. No se molestan en verificar la información. Cuando se les muestra las evidencias históricas, caen en el más absoluto negacionismo o ven conspiraciones por todos lados. No creen en lo que ven, pero ven lo que creen… En fin, ya sé que un amplio sector de la sociedad no lee y, si lo hace no es con espíritu crítico, o solo lee aquello que refuerza sus convicciones, y piensa que las cosas fueron y son como quieren creer, por eso la tarea de despertar conciencias resulta imposible. La pasión se impone a la evidencia, el dogma al pensamiento crítico, la duda prudente a la opinión tajante, y el monólogo al diálogo esclarecedor.

El actual gobierno cuenta todavía con un gran apoyo de la población y debe evitar defraudarla, pues, todos los gobiernos (legítimos y de facto) otorgaron privilegios sectoriales a grupos de poder económico y político, a la vez que defendieron instituciones deficitarias. El comunismo y el anarcocapitalismo no son más que utopías. Los economistas del gobierno son los encargados de dar las soluciones, y Milei tiene el deber moral de cumplir sus promesas de campaña, al menos las más importantes y urgentes, otras pueden ser importantes pero no son urgentes.

Seres humanos descartables

23 martes Ene 2024

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Cuando yo era chico, las maestras nos decían insistentemente que todos somos iguales ante la ley. Seguramente se trataba de una directiva de la autoridad pedagógica. Y esta bajada de línea hoy me conduce a considerar la íntima relación entre la educación y la verdad, la llamada “verdad educativa”, que como es lógico, recae primero en el docente, luego en el pequeño discente, y tiene un sentido ético. Pero no se trata de Papá Noel o de los Reyes Magos, algo que disfrutábamos de niños en nuestros hogares. El tema pasa por una doctrina educativa que no se correlaciona con la realidad del poder y, allí reside el meollo del problema.

Hace unos días en la TV francesa, vi un informe de una ONG que trabaja en terreno y comentaba que los diez países que más hambre pasan en el mundo están en África, y la relatora señalaba el escaso interés que el tema despierta en la gente, incluso comentaba que ese interés (aparentemente con datos contundentes) estaba muy por debajo del que despierta Taylor Swift o el libro del príncipe Harry. Pues bien, qué hacer ante esta realidad, para muchos inmodificable según comentarios que recogí.

Está claro que no todos los seres humanos tenemos el mismo valor ni despertamos el mismo interés en la sociedad, más allá de la retórica de los políticos, habituados a pronunciar discursos en los que no creen, plenamente convencidos de su capacidad para el engaño. El tema, además de su trascendencia, es algo muy personal. En efecto, porque con la educación recibida se mezclan las emociones, los sentimientos, en fin, la espiritualidad del individuo. Y la educación es un proceso complejo, lento, lleva su tiempo, comienza en la familia, sigue en la escuela, pero también en el medio social, las instituciones, entre otros ámbitos.

Desde la antigüedad se sabe que el hombre pertenece al reino animal (Aristóteles) y, entonces nadie concebía la evolución de las especies (Darwin). Hoy se sostiene que el hombre pertenece al filo de los cordados, al subfilo de los vertebrados, a la clase de los mamíferos, al orden de los primates, a la familia de los homínidos, al género Homo y a la especie sapiens. Por su parte los neurocientíficos sostienen que somos diferentes porque tenemos lenguaje, memoria avanzada, imaginación, habilidades creativas, inteligencia, conciencia o habilidad de evaluar acciones futuras y cultura. En fin, somos unos mamíferos maravillosos.

Ahora bien: ¿qué es lo que nos hace humanos? Sin duda la capacidad de pensar y de sentir, y por supuesto la empatía. Una sociedad que tiene conciencia ética respeta la vida humana de todos. Sin embargo, parece que a lo sumo se respeta la vida de unos, mientras con otros existiría total indiferencia. Más allá de la biología y de la capacidad de sociabilizar, el ser humano se convierte en persona cuando tiene dignidad, claro que para alcanzarla se necesita de la libertad y la autonomía. Uno es digno cuando comienza por respetarse a sí mismo y proyecta ese respeto en los demás.

Existen situaciones en nuestros días que nos despiertan verdadera indignación. Hasta el año pasado había 114 millones de desplazados y refugiados en el mundo (ACNUR). En los últimos 10 años unas 28.000 personas murieron tratando de cruzar el Mediterráneo en dirección a Europa. El 10% de la población mundial vive en una situación de extrema pobreza. Y hoy parece haber mafias destinadas a la trata de personas y a las mayores bajezas en todas partes, incluso en algunos casos los individuos son obligados a vender sus órganos, como lo comprobó una ONG en el Sudeste Asiático. En el mundo hay más de 100 conflictos armados, pues, no solo es la invasión rusa a Ucrania y la cuestión Israel-Palestina. Como ser, Sudán tiene 25 millones de desplazados y hambrunas, más una enorme cantidad de seres asesinados. En zonas de guerra, un caso especial es el de las madres (los padres habitualmente están peleando en el frente) que envían a sus hijos al exterior para que abandonen ese infierno, salven sus vidas, y nunca más vuelven a verlos… Muy triste, y pienso en la relación madre-hijo o hija, que comienza a cimentarse en esos nueve meses que el descendiente habita en su cuerpo, sin duda una etapa trascendental, cargada de misterios. Podría seguir contabilizando más calamidades que ponen en entredicho la condición humana, revelando que la maldad no conoce límites. Uno de los diez Mandamientos es “no matarás”, un valor fundamental. Y no hay duda que el avance de una civilización está definido por el valor que se le da a la vida.

Pero enfocándonos en la realidad de nuestros días, en el aquí y ahora de esta Argentina tan vapuleada, comprobamos cómo con artilugios retóricos se trata de ocultar la obsolescencia humana que crece día a día. No hay área que escape de este deterioro que en el fondo es moral y cultural. Hoy estamos comenzando a vivir otra experiencia con un nuevo gobierno. Javier Milei al igual que Cavallo no es un hombre de la cultura, lo demostró en Davos y en sus actuales medidas propuestas, por eso tiene hacia la cultura gestos de desprecio, también Menem, el único mortal que tuvo el privilegio de leer las obras completas de Sócrates. Pero no siempre fue así, pongamos por caso a Arturo Frondizi, cuyo perfil intelectual nunca se cuestionó, y más allá de sus errores, fue un representante de alto nivel en el exterior.

Un caso especial e inveterado es el de los jubilados, quienes en estos días están en el centro de las discusiones. En los hechos se los considera seres desechables, destinados a ser usados y luego abandonados. En efecto, se les reclama el voto en tiempos electorales con promesas que jamás se cumplen. La excepción son los que tienen jubilaciones de privilegio. Bástenos la ley del PAMI, que es del gobierno del general Lanusse (1971), modificada por Menem (1995), llegando al gobierno actual con el DNU y la ley ómnibus, donde se comprueba una vez más que con gobiernos militares y democráticos siempre los jubilados fueron perjudicados luego de aportar sus dineros durante 30 ó 40 años, y lo injusto es que con sus aportes se pagan campañas políticas, muchas fiestas, entre otras tropelías. Resulta curioso que en estos días, en medio de la declamada “austeridad”, porque “no hay plata”, la medida no parece llegar a la “casta” como insistentemente se prometió, más allá de algunas teatralizaciones. Como ser, la paritaria bancaria acordó un salario básico de casi un millón de pesos, y los concejales de Tierra del Fuego tienen un sueldo de dos millones de pesos, mientras la jubilación mínima que comprende al 80% de los jubilados equivale a unos 100 dólares… En fin, no es que cuestione a quienes cobran sueldos acomodados o normales, pero es evidente que no hay conciencia del contexto social, donde más de la mitad de la población padece la pobreza, tenemos un altísimo nivel de indigencia, más una clase media que está soportando lo indecible y pese a estar agotada sigue dándole una oportunidad al gobierno actual. Estos son momentos críticos de la condición humana que no parecen rozar la sensibilidad de las dirigencias. Nuestra política tiene debates silenciados, y si alguien se atreve a mencionarlos le tapan la boca con una chicana. Lo que perjudica se oculta y silencia. Un manejo turbio y discrecional que lamentablemente está naturalizado. La Argentina en estas décadas ha perdido mucho, la restitución del tejido social puede demandar décadas y no podemos pretender que sea la justicia la única que se ocupe del tema, pues, nos compete a todos, Dicen que el italiano Genaro Bevioni, que fue invitado a los actos del Centenario (1910), dijo que no había país en la tierra donde la confusión de los poderes fuese tan extrema…Y hoy los vicios se han perfeccionado tanto que casi se han tornado invisibles, mientras todavía seguimos aguantando líderes infalibles, ya que su verdad sería la única que cuenta.

El derrotero de la intelectualidad según ¡Mueran los Intelectuales!

11 lunes Dic 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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El tema de las ideas de la intelectualidad, a menudo encontradas, y el claroscuro del papel que han asumido los intelectuales a lo largo de la historia, siempre me inquietó, en consecuencia me condujo a realizar una investigación, muy larga en el tiempo, recorriendo los meandros de ese río que es la inteligencia. En algunos casos he podido acceder a la vida, obra y persona de ciertos personajes, en otros solo he rozado algún aspecto de su obra, de sus dudas u opiniones.

Mi libro, de más de trecientas páginas, consta de trece capítulos, que bien podrían ser trece opúsculos a publicarse por separado como hacen algunos autores favorecidos por el mercado (no es mi caso).

En primer lugar trato de dar mi visión de lo que es ser un intelectual, que difiere de la que utilizan los medios y concibe la gran mayoría de la gente, incluyendo el mundo académico. Cualquiera que cultive su intelecto, por más brillante que sea, per se no cumple con la función social del intelectual, quien además de ser un exégeta de la realidad, de denunciar las injusticias y aferrarse a la verdad (sostengo que su único compromiso es con la verdad no con una ideología, partido o dogma), debe percibir las distintas fragilidades sociales, prestando su voz a los seres vulnerables y vulnerados, pues, aquí reside el meollo ético de su accionar, en efecto, el porqué de su misión más que de su visión.

El intelectual no es un comentarista de televisión, tampoco puede quedarse en la crítica periodística, debe ir más allá. Hoy economistas, expertos en ciencia y en tecnología, entre otros, pasan por intelectuales y hasta asumen una superioridad moral. En fin, no es que el intelectual deba pensar por los demás, amparándose en una supuesta supremacía forjada en lo recoleto de su biblioteca (no hay intelectual que no tenga un pie en la calle), tampoco tiene una mirada privilegiada que le permite ver lo que otros no alcanzan a ver, porque en verdad su tarea es ayudar a pensar libremente, sin temor ni limitaciones. Desde ya que su gimnasia reflexiva es un valor agregado. En otras palabras, ayudar a que otros piensen con su propia cabeza, y esto resulta peligroso para el poder que pretende controlar todo lo que camina y respira, incluyendo la conciencia de los habitantes. Tradicionalmente el intelectual se opuso al rigorismo religioso y a los excesos del Estado. Y el nacimiento del “intelectual moderno” (para mí en toda época hubo intelectuales a pesar de que aún no existiese esa denominación) muchos teóricos lo relacionan con la Ilustración, el Affaire Dreyfus, la Revolución de octubre o la Guerra Civil Española. También están los que sostienen que el Siglo XX fue el siglo de los intelectuales y que la cocina de éstos hay que rastrearla en la izquierda francesa (en realidad hubo y hay muchos intelectuales que son de derecha). En fin, el tema es inagotable y, el intelectual hoy debe mirarse en el espejo de la humanidad, formulándose la célebre pregunta de Hamlet que encierra la contradicción de ser o no ser, de actuar o no actuar, más allá que en ocasiones deba recurrir a la autocensura, pues, su condición de tal no implica que deba ser un héroe o un mártir como algunos irresponsablemente le reclaman.

¡Mueran los Intelectuales! Vio la luz este año. En su versión e-book se está comercializando en el mundo por diferentes plataformas. Esta semana haremos la primera presentación de la versión impresa en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Fundación Internacional Cataldi Amatriain

Tenemos el agrado de invitar a Usted a la presentación del libro “Mueran los Intelectuales”,
de Roberto M. Cataldi Amatriain.
El autor será entrevistado y luego responderá a
las preguntas del público.
14 de diciembre de 2023 a las 18:00 horas
Auditorio de la Fundación
Sarmiento 1775, 2º piso, izquierda (CABA).

Entrevista al autor y comentarios a cargo de la profesora Susana Abelson, de larga trayectoria en el periodismo radial y cultural, y del académico doctor Elían Pregno, abogado de la UBA y bioeticista. Los esperamos.

La soledad impuesta o la soledad buscada

24 martes Oct 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Tengo la firme impresión que en el mundo y, particularmente la Argentina, nunca hubo tanta toma de conciencia de la soledad como durante la pandemia y la cuarentena. En efecto, una soledad impuesta que produjo mucho daño, y las secuelas que ha dejado en la salud de tanta gente es algo que comprobamos a menudo los médicos. Recuerdo de esos días que era habitual que me llamasen por teléfono o WhatsApp pacientes y amigos para comentarme lo mal que se sentían, incluso algunos con crisis de pánico, y yo trataba de hacer lo posible por contenerlos emocionalmente. De esa etapa todos tenemos vivencias y anécdotas para contar, pero más allá de las numerosas muertes, en verdad incontables, sé de gente que nunca más volvió a salir a la calle o que ahora lo hace con dificultad y que confiesa que no puede llevar una vida más o menos normal. No hay duda que la desconexión social es terrible, atenta contra el bienestar, pone en peligro la salud física y mental; si esto lo supieran quienes toman las grandes decisiones, incluyendo los “expertos”. En fin, no deja de ser curioso ya que el mundo nunca estuvo tan conectado como en nuestros días, al punto que se habla de “hiperconexión global”, sin embargo la soledad se impone. Por su parte la OPS (Organización Panamericana de la Salud) señala la existencia de una epidemia silenciosa de soledad, considera que el aislamiento y la soledad son factores de riesgo para la depresión y el suicidio, por eso se recomienda la conexión social. Es cierto, incluso se advierte en no pocos cierta dificultad para conversar. Al respecto, he leído que existen Ministerios de la Soledad en Japón y el Reino Unido destinados a promover los lazos entre los ciudadanos. Si veinte años atrás alguien me lo hubiese mencionado seguramente lo atribuiría a una narración distópica, al estilo de George Orwell, pero tengo entendido que también el Foro Económico Mundial consideró a la soledad y al aislamiento social como una de las principales amenazas para la economía global por las alteraciones de salud que provoca en la población.

El ser humano es un animal social, necesita comunicarse, conectarse socialmente. Esto puede ser una ayuda para combatir el stress y hasta disfrutar de la vida. En efecto, cuando estamos con amigos, con seres queridos, solemos compartir sentimientos que en el fondo son experiencias positivas, sobre todo cuando se trata de quienes nos importan y les importamos, hasta nos sentimos felices.

Gustavo Adolfo Bécquer decía: “La soledad es el imperio de la conciencia”, mientras Víctor Hugo consideraba la soledad un infierno. Muchas veces manifestamos el deseo de querer estar solos, ansiamos mantener un diálogo interior, sin distracciones. Y en ese momento la soledad puede ser una buena compañía. En París, un famoso intelectual que frecuentemente era reconocido en la calle solía decir: “tengo hambre de soledad”. Pues bien, en el ámbito humanístico es habitual que el autor busque la soledad para inspirarse y hacer su trabajo.

En los años 70, en Madrid, recuerdo a Francisco Umbral sentado solo en el banco de una plaza observando con una actitud distante a la gente que pasaba (yo solía leer su columna semanal), también a Julio Cortázar envuelto en su impermeable que pasó caminando a mi lado con la mirada extraviada, como ausente de lo que le rodeaba, vaya uno a saber qué pensaba, y hace pocos años en una mesa de café contigua a la mía, en la calle Corrientes, David Viñas cavilaba mientras corregía sus escritos.

Hoy las cosas son muy diferentes. Recuerdo que había una época en que nos comunicábamos por el teléfono de línea y por carta (correspondencia epistolar). Yo desde Europa hablaba por teléfono con mi familia un par de veces al año ya que no me lo permitía mi bolsillo de becario, pero usaba a menudo el correo marítimo, que era más barato que el correo aéreo, y la carta llegaba al destinatario en unos quince días. Los medios digitales hoy nos permiten comunicarnos al instante con los lugares más remotos del planeta, sin embargo cuanto más acceso tenemos a estos medios más solos nos sentimos… Hasta hablar por celular como antes lo hacíamos por el teléfono de línea nos incomoda. Claro que la voz tiene lo suyo, pues es capaz de transmitir una emoción que no tiene la palabra escrita. Y no hablemos de la relación presencial que resulta insuperable.

Rosa Montero dice que la locura es la forma más atroz de soledad, y la enfermedad, la soledad psíquica, te hace creer que eres único. Es necesario distinguir entre la soledad existencial, ya que uno nace y muere solo, el dolor solo lo percibe uno, y la soledad social, por eso ella recomienda que el ser humano debe aprender a vivir solo y ser autosuficiente, caso contrario las parejas y los amigos terminan siendo un desastre.

Pienso que hay que profundizar la conexión humana. Quizá lo necesitemos más que nunca, porque vivimos en un mundo con signos de enfermedad, y lo que llamamos normal es una construcción social basada en una normativa cultural. De todas maneras, estimo que necesitamos seguir defendiendo la vida, la libertad, la igualdad, la verdad, la corrección…

La encrucijada de la disrupción cultural y una mirada desde la bioética. Parte II.

15 viernes Sep 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Quiero aclarar que las dos partes del presente artículo se articulan con el aparecido en junio: “Disrupción cultural, reconfiguración social y des-civilización” (12/VI/2023).

Como se dijo en la primera parte, la bioética tiene un sólido basamento en la filosofía y la ética. Y la filosofía es el fundamento del conocimiento primero que nos guía. Hacer filosofía es problematizar la realidad pero de otra manera, trascendiendo lo meramente útil, la técnica, la ciencia, lo concreto. En fin, tenemos la capacidad de pensar y de pensarnos pero en otro orden, como ser el origen de la vida y la muerte, la angustia, lo sagrado, preguntas en todo caso improductivas, pues, no sirven para nada, al igual que una poesía. En efecto, preguntas que nuestro mundo soslaya, nuestra cultura oculta barriendo bajo la alfombra y considera una pérdida de tiempo. La filosofía cuestiona, provoca, en otras palabras, es un modo de pensar y preguntarse por lo real e interrumpe el sentido utilitario de lo cotidiano. Nuestra lógica consumista centrada en el hacer y la productividad, niega las otras dimensiones de lo real.

La filosofía es una contribución sustancial en la medicina, en sus diferentes prácticas y situaciones, también en la tecnología de avanzada, en las catástrofes medioambientales, entre otras áreas. Como ser, hoy asistimos a un intervencionismo excesivo en los inicios de la vida humana (asimismo en la no humana), y esto exige una reflexión urgente que dé lugar a una regulación racional, no a planteos fundados en deseos y caprichos, mucho menos en abusos a los derechos humanos.

En nuestros días van surgiendo nuevos conflictos y dilemas a gran velocidad, incluso con violencia, que exigen una mirada integral, que nos permita distintas perspectivas de análisis, algunas novedosas en relación a los vínculos humanos, los procesos y la gestión de proyectos que afectan nuestra vida y de todo lo que hay en la naturaleza. El arte se superpone en esta búsqueda haciendo las mismas preguntas y dando su visión, bástenos el teatro, que revela en la trama de sus representaciones ciertos problemas filosóficos y muchos de los cuestionamientos de esta disciplina que se ven reflejados y se profundizan en la obra teatral.

Lo que hoy nos parece verdadero mañana puede no serlo. El progreso y el desarrollo de nuevas tecnologías ponen a la verdad y la confianza como prioridad. ¿A quién creer cuando se está recibiendo información permanentemente en cantidad imposible de clasificar y analizar? Se necesita tamizar lo verdadero y útil, de lo falaz e irrelevante. Por otra parte, se conjetura que toda persona está interesada en mejorar su vida, y surge la duda o el interrogante de si el cambio propuesto será o no beneficioso.

Es imperioso poner límites al uso de la inteligencia artificial, nacida de la inteligencia humana, y que utiliza sin permiso el trabajo ajeno, vulnerando así el derecho de autor. Hay que cuidar nuestro origen, nuestra cultura, nuestra capacidad de poner en palabras aquello que se nos presenta. No somos “seres artificiales”, máquinas o robots, y por eso somos los únicos que podemos abordar y problematizar las cosas de manera consciente.

Cierto segmento de la producción cultural busca la producción masiva y en cadena, sin ninguna aspiración artística, una faceta de las industrias culturales. El progreso sin reflexión resulta peligroso. La falsa neutralidad de unos algoritmos diseñados para orientar nuestro gusto y consumo, nos ofrecen aquello que nos gusta o creemos que nos gusta, la finalidad como se ha dicho es que la rueda giratoria del hámster no pare nunca. Entramos en la era digital (aunque miles de millones de seres humanos estén marginados), del chatGPT, de dispositivos, plataformas, algoritmos que generan texto y contenido, pero falta el punto de vista humano. La actitud crítica va a ser necesaria porque estamos rodeados de “contenidos automatizados” y va a faltar no solo la reflexión crítica, también la opinión, la perspectiva particular que tenemos las personas, la actitud filosófica. Los algoritmos nos estudian y conocen al extremo, por eso nos proporcionan aquello que deseamos consumir, a cambio de reflexionar sobre nuestras necesidades y aspiraciones. El riesgo de la inteligencia artificial está en la construcción de la verdad.

La explotación de los datos es uno de los grandes negocios de este siglo, como sucede con el Big data. La inteligencia artificial crea programas informáticos que ejecutan operaciones comparables con las que realiza la mente humana, se nutre de técnicas de “minería de datos”, machine learning y deep learning, que permiten definir patrones de conducta y toma de decisiones. Se integra con algoritmos con capacidad de aprendizaje automático (capacidad de aprender por sí mismos de la información que acceden). La aparición del ChatGPT4 y el desarrollo de la tecnología deep fake (imita lo real), sería capaz de definir cultura y opinión. Es urgente una regulación que respete las libertades individuales, las garantías constitucionales y la autonomía de las personas.

La pandemia con la distancia y el aislamiento difundió las propuestas virtuales, permitió la continuidad de las prácticas en tiempos de encierro, limitó muchas potencialidades expresivas, y dejó no pocos traumas, entre ellos la anhedonia o incapacidad para disfrutar de aquellas cosas que causaban placer y, esto está ligado a la falta de energía y las alteraciones del sueño, de lo que podemos dar testimonio los médicos asistenciales.

En esta atmósfera cultural y con las redes sociales a pleno, se va perdiendo el hábito de la lectura bien hecha. Y la lectura en dispositivos es rápida y de escasa comprensión, porque la velocidad complica la comprensión. Cuestionar lo que uno lee sin duda mejora la comprensión. La información cambia constantemente y los alumnos no tienen criterios para discriminar entre la masa de informaciones que encuentran en Internet, pero los libros tienen la ventaja de estar supervisados por expertos.

Existe un mandato social de que quien decide estudiar deberá hacerlo con vistas a alguna actividad que le proporcione un trabajo rentable, en consecuencia no hay que perder tiempo con las humanidades. China tiene el Gaokao, dificilísimo examen de admisión universitaria que deja a la mayoría de los postulantes sin poder ingresar a ninguna universidad. Recientemente vi en un video a niños que se les coloca un dispositivo tipo vincha donde el color de la luz que se enciende revela si está atento o distraído en clase… Y en los Estados Unidos, la Corte Suprema se opuso al plan del presidente para aliviar el pago de quienes tienen préstamos universitarios, negándole así la ayuda que necesitan unos 40 millones de personas. En fin, es gratificante saber que en muchos docentes todavía hay algo del famoso espíritu socrático implementado en la mayéutica, que nada tiene que ver con la inteligencia artificial, pues, allí aparece sedimentada la filosofía, el pensamiento profundo que propone salir de las medianías, de lo meramente utilitario, y adentrarse en el laberinto existencial. Por otra parte, la condición humana encierra misterios, jamás revelados, menos resueltos.

Hoy la sobreabundancia de imágenes trata de mantener cautiva nuestra atención cotidiana. A las grandes productoras solo les interesa acumular dinero y secuestrar la atención, como sucede con las series que penetran nuestras vidas y las convierten en series o adoptan el perfil de serie de series: la serialización por inteligencia artificial. Una cultura al servicio de la mercancía y un vacío que prevalece, lo percibimos. La performance o actuación artística y cultural transgrede los modelos para reinventarse, y fue vista como una crítica que modifica la realidad en los campos estéticos y académicos. Pues bien, es necesario desplegar una mirada panorámica que facilite asociar elementos que están aparentemente desconectados y, en esa instancia el ser humano supera a la máquina. La meta no es producir robots si no ciudadanos. A este paso la tecnología dejará de ser un medio y se convertirá en un fin en sí mismo.

El cambio climático está produciendo desastres en todas partes del planeta. Como ser, existe un círculo vicioso porque el clima altera los océanos, lo que deteriora aún más el clima. La contaminación ambiental es otro de los grandes problemas asociados. Toda esta abigarrada problemática que compromete la vida de los seres humanos, los animales y el ambiente planetario da lugar al desarrollo de una ética medioambiental.

La cultura democrática implica valores, actitudes y conductas para el funcionamiento de las instituciones, y esto debe formar parte de la enseñanza-aprendizaje, porque las instituciones constituyen la estructura de la sociedad. No sirve triunfar en las elecciones si se pierde la batalla cultural. Y la economía no puede reducir el planeta, la vida, a la pretensión de su paradigma, pues la economía no es la única dimensión humana.

Existe un clima de confusión, donde los principios universales, las normas y las reglas son consideradas manifestaciones de “autoritarismo”, y también un falso igualitarismo que desconoce cualquier jerarquía y desprecia el derecho del otro, recurriendo a la frase de que “cada uno tiene su verdad”, un relativismo absurdo. Los temas sensibles y mutantes exigen palabras, aquellas palabras adecuadas que construyen sentido. La comunicación debe ser responsable y, los políticos como los medios hoy tienen una crisis de “qué “comunicar y “cómo” comunicar. El análisis, la interpretación, la reflexión, se imponen en un mundo que está a la deriva. También es imprescindible saber mirar, saber escuchar, saber hablar…

La solidaridad es un valor ético, ya que una persona realiza acciones benéficas para otra sin recibir nada a cambio. En fin, pienso que la fórmula es cuidarnos unos a otros para sobrevivir, y aquí reside la base de una sociedad inteligente que procura superar las disrupciones actuales, las que nos complican la vida y alimentan la incertidumbre acerca de un futuro impredecible.

La encrucijada de la disrupción cultural y una mirada desde la bioética. Parte I.

28 lunes Ago 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Debido a la extensión de este artículo de opinión, he decidido dividirlo en dos partes.

La encrucijada es el lugar de cruce de varios caminos con distintas direcciones e implica una situación difícil ya que nos presenta varias posibilidades de actuación y, no solemos tener la certeza de cuál escoger, de allí las dudas y las opiniones encontradas. Tenemos una encrucijada cultural en su más amplia expresión, en cuyo centro está la disrupción, la rotura con el pasado o el cambio brusco, para algunos fuera de lugar o inoportuno, para otros inevitable y prometedor, aunque en general inseguro, aventurado.

Vivimos un cambio de era dado por la pandemia, también por las guerras, la amenaza nuclear, los estragos del cambio climático, entre otras calamidades. Y en este clima de época, cuyo telón de fondo es la cultura digital con sus productos y merchaidising, se requieren medidas urgentes e inteligentes, a la vez que surgen líderes que son vistos por amplios sectores como ídolos, que al final e inevitablemente caen como gigantes con pies de barro. La decepción es enorme, se ha perdido la paciencia, y esto abre la puerta a los populismos, todos con talante antidemocrático. Prevalece un mundo de dictaduras y autoritarismos, de democracias débiles y corrupción, de plebiscitos amañados, de guerras y actos sangrientos, de burócratas ricos y pueblos miserables. En fin, nuevos escenarios donde hay numerosos oficios en peligro de extinción y la obligación es reinventarse. Resulta curioso, pues durante siglos hubo que poner el cuerpo en el trabajo y hoy al mercado laboral le resulta insuficiente, pide también la entrega del alma…

Cuando un siniestro sanitario como la pandemia perjudica la economía y toda la productividad del planeta, con sus serias repercusiones, muchas letales, termina por alterar la calidad de vida de la población, incluyendo el cimbronazo emocional que produce la cercanía de lo inestable y la fragmentación cultural. Se calcula que en 2050 la población mundial llegará a 10.000 millones (actualmente son 8.000 millones), esto aumentará la demanda de alimentos, salud, educación, vivienda, transporte, seguridad, entre otras demandas que son vitales. Se prevé que la humanidad enfrentará una de las crisis alimentarias más graves de la historia, y como sucede habitualmente la prosperidad será para una élite privilegiada. Lo cierto es que tenemos un planeta donde unos pocos le generan a millones de seres humanos serios problemas para vivir, al mismo tiempo habrá una crisis climática, quizá con la profundidad de las que registra la paleoclimatología, disciplina tan ignorada.

La fuga de carbono es un problema fundamental, pues, cuando las empresas tercerizan o trasladan sus productos a países con normas ambientales y controles más bien laxos, y terminan importando esos bienes producidos a menor costo pero con mayor huella ambiental, se abre un escenario de vulnerabilidad e injusticia social. En nuestros días los países desarrollados consumen más emisiones de gases invernadero de las que producen y, cada vez más las políticas destinadas a mitigar el cambio climático que los poderosos si no las niegan las retrasan, se traducen en medidas que impactan en el comercio. Entre la energía y el ambientalismo, una situación dilemática, no es asunto de prohibir una actividad que resulta necesaria sino de preservar la normativa que protege al medioambiente, dando cabida a una ética medioambiental. La responsabilidad le compete a las empresas, las aseguradoras, los auditores internacionales, los gobiernos. El petróleo que no se extraiga quedará para siempre bajo tierra pero la transición energética exige un diálogo con fundamentos, sin artimañas. Está en juego la salud de los seres humanos, de los animales y del planeta.

Pero también tenemos otros graves problemas muy arraigados, como el racismo, la xenofobia, la esclavitud, los femicidios, la tortura, la cancelación o censura, los totalitarismos, en fin, los abusos o la maldad en sus distintas vertientes. En el fondo se cercena la libertad de pensar y de imaginar. Los gobiernos autoritarios y las dictaduras persiguen la disidencia, procuran esconder la naturaleza totalitaria, y subrepticiamente combaten la educación y la cultura, así crean un estado de ignorancia, como cuando se prohíbe la escolarización de las niñas o se rechaza en las escuelas la lectura de autores clásicos, también la quema de libros y la imposición de textos de adoctrinamiento.

Existe una reconfiguración del mundo donde el nuevo y promocionado paradigma que promueve valores como la solidaridad, el respeto, la honestidad, la justicia social, forma parte de la retórica, mientras las migraciones forzosas son un problema de derechos humanos, incluyendo la diáspora africana y de otras regiones. La violencia desatada, la muerte, las amenazas y la extorsión, en fin, la inseguridad, evidencia nuestra vulnerabilidad como seres humanos. Si no se combate la mentira, la corrupción, la idolatría, la injusticia no hay salida posible. La ley justa, el orden racional y las garantías personales son las bases de un Estado republicano sin engaños. Una nueva visión sería la del poder como servicio público, donde haya lugar para la sabiduría, la templanza, la empatía, algo que algunos ven como una utopía.

El concepto de género es quizá la última narrativa ideológica de Occidente impuesta por el colectivo LGBT+, donde surge la familia homoparental o lesbomaternal y se reclaman otros derechos.

La bioética, con sólido basamento filosófico y ético, pero sin duda con un mandato procedimentalista (descubrir aquellos procedimientos legitimadores de las normas), es urgida para hallar solución a problemas concretos pero sin afincarse cómodamente en teorizaciones o esquemas de gabinete. La bioética impone una mirada distinta de los cánones que el mercado busca instalar. Los bioeticistas narramos con nuestras miradas personales desde geografías que nos revelan mundos e historias diferentes. Acostumbrados al diálogo interdisciplinario, perseguimos la integración. Y será necesario transformar esta realidad con arte y una mirada crítica, cuestionándola y a su vez ofreciendo alternativas de solución. Aquello que necesita observación sensible, comprensión, reparación, valoraciones nuevas ante el porvenir debe prevalecer. Resulta ineludible el diálogo con las otras culturas, así como la capacidad de volver extraordinario aquello que es cotidiano, tanto del presente como del pasado. Existen problemas que nos resultan demasiado complejos, pues, nos sabemos cómo comenzaron, tampoco cómo y cuándo finalizarán. En el devenir histórico hay avances y retrocesos, momentos de mayor y menor tensión. Los eslóganes, más allá de dar la sensación de simplificar el problema, generan trabas o ataduras. El mundo eslogámico no es el mundo de la sabiduría. La aplicación de los principios éticos exige considerar el contexto, luego se verán las consecuencias. Los conflictos y dilemas requieren soluciones eficaces y racionales. Los problemas básicos, prácticos, no pueden enfrentarse con eslóganes, ideologías ni credos. Hoy más que nunca necesitamos nuevas narrativas morales y éticas que se articulen con políticas inteligentes a largo plazo, y que sean capaces de generar la adhesión de la gente que vea en los actos de la dirigencia una actitud ejemplificadora.

¿Desaparecieron los intelectuales frente al nuevo clima de época?

06 jueves Jul 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Cualquier observador atento verificará que todavía hay gente que tiene “conciencia moral”, pero también están los que nunca la tuvieron o simplemente la desactivaron porque les resultaba un estorbo para sus propósitos diabólicos y crueles. Asimismo no faltan los que en un momento crucial de la vida se les activa: ”tomé conciencia de la situación”; en hora buena.

Hoy por hoy estamos viviendo un nuevo clima de época, muy distinto no solo al del Siglo XX, sino al que vivíamos ayer no más, antes de la pandemia. Los que ya somos viejos no podemos evitar hacer comparaciones con tiempos pasados, por más que procuremos no caer en el anacronismo, es inevitable, sería como negar la experiencia que nos ha permitido llegar hasta aquí, con aciertos y errores, falacias y ficciones.

Freud, médico y gran escritor, a través del inconsciente (que ya lo habrían descubierto los antiguos griegos) logró inspirar a numerosos movimientos culturales del siglo pasado. Breton y Soupault, siendo muy jóvenes, dieron paso a la escritura automática, cuya rapidez y sin pretensión alguna de estética, tenía por objetivo principal alcanzar el inconsciente. El surrealismo fue mucho más que literatura, pues, llegó al arte y a la “oratoria” (el automatismo hablado), también a la fotografía, y se expandió por todos los recovecos de la creatividad, y como alguien ha dicho (no recuerdo quien) dándole legitimidad a la improvisación, a la desapropiación, incluso al concepto de que todas las creaciones de alguna manera son colectivas. Es más, he leído que el fenómeno tuvo por marco de época al espiritismo que estaba en auge, llegando a ocupar el escritor el lugar del médium. Es posible.

El tema es que en nuestros días nos imponen la inteligencia artificial con la imagen de un fenómeno arrollador, definida fundamentalmente por la velocidad, y mediante machine learning se pueden producir canciones, poesías, cuentos, fotografías, en fin, daría la impresión que se puede producir cualquier cosa que logre hacer el ser humano.

Hoy la concentración de cultura en muchos casos va ligada a la concentración de dinero, y por supuesto de poder, de la mano de las grandes corporaciones que en la década pasada ya eran unas 50, además de las plataformas y las redes sociales. En efecto, estamos viviendo una vida híbrida (física y virtual). Alguien señalaba con acierto que se busca el “secuestro de la atención”, y que nuestra vida, es, una serie de series (perfil). También es posible.

Pero ahora se suma la simbiosis entre la inteligencia artificial y la biología (inteligencia artificial organoide). Se cultivan células cerebrales in vitro para transformarlas en células madre y a partir de esa muestra estar en condiciones de reproducir una parte del cerebro humano, que se complementaría a distancia mediante una conexión con una batería de organoides al procesador de la PC… Repararemos en todo lo que nos ha permitido hacer el uso de la electricidad. Un querido compañero de Academia, ya fallecido hace varios años, en su crítica a los médicos jóvenes me decía: “son médicos de 220 voltios, si se corta la luz no saben qué hacer…“ No es tan así, pero en el fondo él defendía la formación semiológica y el pensamiento clínico, pilares indiscutidos, actualmente tan vapuleados en la formación de no pocos médicos. De todas maneras, uno tiene la impresión que se ha esfumado la “conciencia de límite”.

Un amigo me preguntó qué piensan los intelectuales de esta situación y, qué pienso yo, pues, él me considera un intelectual. Ante todo, el tema resulta muy complejo, no se puede dar una opinión al pasar como muchos hacen o como hacemos en una charla de café.

En primer lugar hay que preguntarse si los “intelectuales verdaderos” desaparecieron, porque los que los medios presentan como intelectuales en su gran mayoría no lo son. Durante la pandemia los expertos pasaron por intelectuales, ahora son los economistas, los politólogos y ciertos comentaristas y comentadores de cualquier tema. Pero ser intelectual es muy diferente. Desde mi punto de vista y, como lo he expresado en mi libro ¡Mueran los Intelectuales!, sostengo que intelectuales siempre hubo, aunque el término como tal en la antigüedad no existiera, porque es propio de la modernidad.

A nadie le pagan por ser intelectual, ya que éste vive de su profesión, donde es frecuente que haya alcanzado prestigio y, se toma una especie de licencia o permiso para convertirse en un observador crítico de la realidad social, interviene en el campo cultural, es testigo de su tiempo y procura detectar los cruces entre el poder y la verdad.

Noam Chomsky piensa que el intelectual no le debe hablar al poder sobre la verdad, éste la conoce y está ocupado en ocultarla, sino que debe hablarle al ciudadano.

La misión es descorrer los velos de la realidad, nadando a menudo contra corriente o caminando por la cornisa. El compromiso no es con la ideología como habitualmente se sostiene, sino con la verdad, lo lleve ésta donde lo lleve. El sentimiento de hierro del intelectual (para utilizar una expresión propia de la esgrima), es profundamente humanitario, de allí que autoconvocado participe de las causas humanitarias más disímiles, sobre todo de aquellas donde se verifican las fragilidades sociales y no hay voces que las representen, por eso presta su voz, asumiendo la responsabilidad de su discurso. Y convengamos que se necesita coraje.

Cultivar el intelecto a uno no lo convierte en intelectual, a menos que adopte el metier del “observador social” y esté dispuesto a cuestionar a los que enmascaran la verdad. Por otro lado, si se trata de una figura popular, dos peligros acechan: el poder que procura seducirlo para convertirlo en un cortesano, y las ideologías que como tales tienen un sesgo y le restan visión de imparcialidad. El intelectual tiene un pie en su biblioteca que es su gabinete de trabajo, y el otro en la calle para tomar contacto directo con la realidad; posee mucha gimnasia para leer entrelíneas, analizar y reflexionar, y por eso debe ayudar a pensar sin limitaciones. Pero cuidado, no es asunto que piense por los demás, sería un error, tampoco que se ubique en un plano superior creyéndose que es la conciencia universal. El intelectual debe asumir una tesitura humilde y confiable, hablando con claridad y precisión para que todos le entiendan y así despertar no pocas conciencias. Esto explica por qué el poder si no logra someter al intelectual lo combate.

Hoy existe una disociación entre la tecnología y la ciencia, pese que hasta no hace mucho hablábamos de “tecnociencia”, como si ambas disciplinas tuviesen una íntima relación y mutua dependencia. Eso quedó atrás con la pandemia de Covid-19. En efecto, muchos idolatran la tecnología y aborrecen la ciencia. Están los que creen que la técnica terminará por sustituir al hombre y los que creen que la ciencia descubrirá todos los misterios del universo. No me canso de repetir que creer es más fácil que pensar. Pues bien, pienso que no sucederá ni lo uno ni lo otro, porque ambas son creaciones del ser humano y deben estar al ser vicio de la humanidad dentro de un contexto ético. Pero lamentablemente hemos retrocedido en muchos aspectos y ya hay signos alarmantes de barbarie.

Como sostengo en mi libro, la perspectiva de todo intelectual es alcanzar un mundo mejor, justo y equitativo, para algunos que sea virtuoso, para otros que sea correcto, de allí el apego a los principios y valores, sin importar que el intelectual se declare optimista, agnóstico, creyente, nihilista o anarquista.

En los años 30 Unamuno manifestaba no tener interés en la ciencia (lo de España era la mística), y en los 50 Jean Paul Sartre sostenía también su desinterés. Hoy estos intelectuales no pensarían lo mismo, porque el Siglo XXI les obligaría a tener en cuenta a la ciencia y a la tecnología, no podrían ignorar los puentes entre las culturas.

Han resurgido los nacionalismos con el pretexto de recobrar sueños del pasado (que fueron pesadillas) o paraísos perdidos que nunca existieron. Antony Beevor, un intelectual dedicado a la historia de la guerra, dice que en el futuro las guerras serán entre las democracias y las autocracias, pero en mi opinión son muchos los problemas de fondo en que no existe el mínimo interés por solucionarlos, más allá de la forma de gobierno que se adopte. Bástenos un par de ejemplos: el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos sostiene que el “derecho a la alimentación” está amenazado por el cambio climático, instó a los Estados a tomar medidas urgentes y a los tribunales de todo el mundo a exigir responsabilidades. Reparemos que esta tendencia pone en riesgo de padecer hambre hasta a 80 millones de seres humanos más a mediados de este siglo, cifra que se sumaría a los 828 millones de personas que pasaron hambre en 2021. Otro ejemplo sensible es cuando la industria farmacéutica resulta demasiado poderosa y, como dice Michael J. Sandel, de la Universidad de Harvard, en su libro “El descontento democrático”, esta industria obstruye la reforma de la sanidad y pone énfasis en las protecciones a largo plazo de las patentes con la intención de prohibir la fabricación de vacunas y medicamentos genéricos, incluso en plena pandemia… Podría seguir con los ejemplos, pero si mal no recuerdo, T. S. Elliot decía que el ser humano no puede soportar mucha realidad…

En nuestros días el colonialismo tradicional (dominación militar, política y religiosa sobre el territorio, sus recursos y la población nativa) ha sido en muchos casos sustituido por el “colonialismo de los datos”, es decir, el negocio del manejo de los datos personales que antes controlaba el propio individuo. En este negocio, donde a menudo se emplea la metáfora, “Los datos son el nuevo petróleo”, o se menciona la “minería de datos”, las materias primas para este trabajo insalubre provienen de África, Asia y Latinoamérica, y los residuos tóxicos van a parar a regiones pobres del sur del planeta.

En fin, en todas partes uno ve mucho fuego de artificio con sus efectos visuales y acústicos. Pienso que habría que reducir la velocidad para mirar con detenimiento lo que nos rodea. Está claro que falta equidad, justicia e inclusión, y que los Derechos Humanos son manipulados por intereses geopolíticos.

De todas maneras, hay intelectuales que son clave en el cultura de un país, pero son poco conocidos (no están en los medios), excepto por un círculo de lectores donde suele haber miembros altamente calificados en lo intelectual. La falta de información acerca de su importancia puede ser un déficit, aunque para algunos se convierte en casi una virtud.

Disrupción cultural, reconfiguración social y des-civilización.

12 lunes Jun 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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Disrupción y reconfiguración son dos términos que están de moda en el debate social. El primero como detención o suspensión súbita y áspera, y el segundo (neologismo) como la intención de modificar algo que ya estaba configurado. Las tecnologías disruptivas, a través de las redes sociales, expresión de la cultura digital en contraposición a la tradicional cultura analógica, y por efecto de la aceleración que imprimió la pandemia, han modificado sustancialmente el mundo que conocíamos. En efecto, cambió el estilo de vida, las relaciones sociales, el trabajo, la producción, los negocios, el comercio, la economía, la política, la educación, la cultura. En fin, cambió la forma de pensar, los deseos, las expectativas, y emergen nuevos fenómenos sociales que las dirigencias no saben cómo encauzar, incluso en algunos gobiernos de vocación autoritaria se abusa de la industria de la vigilancia.

Los valores y estilos de vida, las miradas y los lenguajes, cambian con la época, lo observamos de generación en generación. Pero convengamos que el cambio actual nos ha sorprendido con el paso cambiado. Cada vez que surge una tecnología disruptiva se produce un cambio profundo en la sociedad y su cultura. La invención de la imprenta (1440) fue una tecnología disruptiva que cambió el mundo y, luego se sumó el Descubrimiento de América (1492).

Existe un imaginario colectivo acerca de la tecnología que dista bastante del desarrollo real. Y todas nuestras interacciones tienen sesgos que son captados por las bases de datos que entrenan a los algoritmos, cuyos resultados están sesgados por distintas variables, como el género, la raza u otros. Me niego a que un algoritmo me diga qué consumir, elegir ver, cómo debo pensar o a quien votar. Sin embargo, esta dictadura de los algoritmos, camuflada, no debería conducirnos a la tecnofobia, tampoco a la tecnofilia escudándose en el paradigma del progreso y el futuro. Sin conocimiento del pasado no hay futuro posible, por eso al pasado hay que cuidarlo de malas interpretaciones.

Por otro lado, vivimos en un mundo binario: físico versus digital; hogar versus calle; miedo versus deseo; mérito versus desigualdad; ocio versus esfuerzo; vagancia versus trabajo… Y la realidad es que el planeta no está compuesto así, por el contrario, posee un ilimitado número de elementos distribuidos a manera de abanico, panorama que exige tener una mente muy abierta.

Hoy los medios se hacen eco y estimulan las guerras de opinión. Aparecen individuos que pertenecen a distintas corrientes ideológicas que agreden ferozmente a los que piensan distinto, y aseguran tener soluciones fáciles a problemas complejos y vitales. Todo sea por el rating… Fernando Vallespín, refiriéndose a los políticos de la España actual, dice que no representan una comedia ni una tragedia, más bien un “auto de fe” en el que cada uno acusa a los demás de “indignidad moral”. Me recuerda nuestra triste realidad política.

No me gustan las etiquetas, tampoco los vendedores de humo, y mucho menos los discriminadores. En esta farsa nunca faltan los que convocan al diálogo, aunque su vocación es el monólogo, pues, parecen espontáneos pero tienen todo calculado al detalle. Lo cierto es que el discurso, el diálogo, la conversación, la escucha, pasan por un mal momento. Aquí como en toda guerra la primera baja es la verdad, por eso es menester insistir que la verdad tiene que ver con lo que las cosas son, punto. No me vengan con el relativismo de que hay tantas verdades como seres humanos, ya Sócrates y Platón consideraron que se trataba de una teoría absurda que tornaba imposible el conocimiento. Esto no significa que sobre un tópico pueda haber distintas interpretaciones, pero hay que fundamentarlas si se pretende argüir bien. Quizá surjan dudas razonables, pues, la intención es alcanzar ese conocimiento seguro y claro, llamado evidencia, sobre todo en una época dominada por la incertidumbre, la inmediatez y la desinformación programada.

Tenemos una cultura cargada de simbolismos, donde con el uso abusivo de lo simbólico se busca sustituir la realidad por otra realidad. El relato apócrifo, los discursos amañados, la reescritura de la historia, o la retrotopía de un paraíso perdido que jamás existió, es la demostración palmaria de una política que han convertido en vil actividad.

La historia de la injusticia y la desigualdad está vigente como una constante desde la aparición del ser humano. Víctor Hugo, viviendo en el exilio, escribió “Los Miserables”, donde puso al desnudo la historia de aquellas personas marcadas para siempre por el lugar de nacimiento o por la clase social a la que pertenecen. En efecto, la debilidad, la vulnerabilidad, la pobreza, el fracaso, jamás merecieron consideración, y a esos seres se los desprecia y margina, cuando no se los estigmatiza, porque la infamia carece de límites. Es muy difícil tener un futuro brillante partiendo de una cuna pobre. Resulta curioso que los que dicen conocer los designios del espíritu divino, son los que primero justifican la inequidad, la falta de oportunidades, la privación de la autonomía, la sumisión del individuo… La hipocresía también adolece de límites.

La portación de un apellido distinguido, la influyente riqueza familiar, los contactos relevantes, definen la posición futura del individuo en el teatro social, en los órganos del Estado e inclinan el interés de los medios que lo promueven, siempre apelando al epígrafe del “destino” (inescrutable para los que carecen de privilegios) e inconsistentemente le atribuyen virtudes que no posee y hasta una pátina de talento, aunque se trate de un reverendo tonto…

La tecnología actual penetró la cultura de masas. Con la pandemia y el encierro prolongado e impuesto, todos los sevicios se tornaron hogareños y el individuo se acostumbró al peligroso sedentarismo: delivery de comida, servicios de streaming, app para lo que sea, TV, consultas médicas por video, y otras prestaciones a domicilio. La consulta médica presencial es irreemplazable y evita cometer alguna mala práxis como hemos comprobado en no pocas oportunidades; comer en un buen restaurante es muy superior a comer en la casa la comida del delivery; se ve mucho mejor una película en la pantalla del cine que en la TV al igual que ir al teatro o a la ópera y, lo mismo sucede con los espectáculos deportivos. Han permeado nuestras mentes con nuevos hábitos consumistas, llegando a ocasionar trastornos físicos y emocionales graves como está comprobado (OMS).

El mundo marcha de manera arbitraria e insolidaria a distintas velocidades, y lo superfluo enmascara lo profundo, lo accesorio se impone a lo prioritario, y el marketing falaz, los slogans, las fake news, dominan la escena pública, entre otras canalladas que las multitudes terminan por aceptar como algo inevitable.

Nunca faltan los exégetas que en toda época se dirigen a audiencias predispuestas a ver escenarios apocalípticos afirmando oscuros designios.

Norbert Elias, sociólogo alemán, considera que cuando el equilibrio que impone la civilización se rompe surge la “des-civilización” (neologismo), es decir, se desencadenan las pulsiones y aparecen efectos perversos, contradiciendo las exigencias propias del proceso civilizatorio. En este clima de confusión global que estamos viviendo, distintos autores vienen haciendo referencia del asunto, hasta el presidente Macron frente a la violencia de estos días alerta sobre el peligro de una Francia des-civilizada.

Lo cierto es que la cuestión comienza a debatirse en todas partes, incluso en contextos y realidades diferentes, y me impresiona como el tema emergente y meduloso del mundo actual. En efecto, hoy asistimos a procesos de adulteración de la cultura; en los medios y las redes sociales se dicen barbaridades sin asumir responsabilidad alguna; se pierde el respeto por sí mismo y por el otro; corregir errores o establecer límites es retrógrado y, existe una naturalización de la violencia en cualquier ámbito social. Los principios, valores, normas, códigos, reglas, que buscan asegurar la convivencia y el bien común, ya no son respetados, porque se consideran que son manifestaciones de autoritarismo, no una defensa de la libertad del individuo. Mientras tanto se propala un discurso de falso igualitarismo, ausencia de jerarquías legítimas, resentimiento de clases, fanatismo político y religioso, y hasta se desvaloriza el mérito, el saber, y se alienta la ignorancia… En fin, son manifestaciones rudimentarias que nos retrotraen a épocas primitivas dominadas por la barbarie, y que la civilización, pese a sus múltiples e innegables falencias, creía haber superado.

El enojo justificado de muchos sectores de la población es hábilmente captado por los populismos y por aquellos que buscan la radicalización, y cuando la anomia coquetea con la anarquía las reacciones autoritarias son esperables.

Pienso que ante los tornados que pretenden no dejar nada bueno en pie, hace falta ser memorioso, tener un poco de imaginación, y el coraje necesario, pues, lo demás son solo palabras o como decían los latinos: flatus vocis.

Cuando las palabras no bastan y el ego excede.

10 miércoles May 2023

Posted by Roberto Cataldi in Todos los artículos

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La política se ha convertido en un teatro de baja estofa y, como lugar común ha adoptado la desinformación, que endilga a la prensa, los opositores y las redes sociales. Las dinastías desde hace tiempo han sido sustituidas por familias que viven de la política o más bien del Estado, desde la generación de sus tatarabuelos, sino antes. Lo cierto es que la política constituye un verdadero coto, donde de tanto en tanto, en ese terreno cercado que tiene a estos históricos propietarios o dinosaurios, se cuela algún advenedizo que promete romper con el estado de situación, o con la denominada casta aunque en verdad anhela incorporarse a ella.

Cuando la ideología se opone a la realidad los resultados siempre son nefastos, lo revela la historia del mundo. Confieso que desde muy joven sospeché de las ideologías, mi olfato político me puso en alerta y por eso no adopté ninguna. Ya de viejo las conozco mucho mejor, como también la condición humana y, cuando me preguntan por mi ideología, sostengo que tengo muchas lecturas y sobre todo variadas, o como dice Pérez-Reverte: “No tengo ideología, lo que tengo es biblioteca”.

En todas partes se advierten como signos de época la incertidumbre que genera ansiedad cuando no miedo, la confusión en las ideas, y el narcicismo exacerbado. A propósito, he leído últimamente que Boris Groys sostiene que el sujeto contemporáneo es un narciso que se vacía de sí mismo y a sí mismo, para vivir como una imagen que se propaga a través de las tecnologías digitales de masas. Y coincido con Groys, quien suele exhibir una mirada que juzga.

Desde hace más de 200 años los argentinos vivimos en medio de conflictos por mezquinos intereses. En estos últimos 40 años, con la vuelta de la democracia no hemos tenido en la Argentina políticas de Estado, excepto las de incrementar el número de pobres, crear un seudoestado de bienestar, reafirmar privilegios escandalosos, y enmarañar al ciudadano de a pie con trámites que le quitan vida y dinero.

Un gobernador populista repite incansablemente el slogan que, donde hay una necesidad existe un derecho, lo que es absolutamente falso, porque los violadores sexuales pueden experimentar la necesidad de hacerlo pero no tienen ningún derecho a realizarlo. Y para peor la gobernanza de este funcionario está llena de contradicciones. De todas maneras, siempre hay amplios sectores de la población que actúan irracionalmente, de manera pasional, incluso contra sus propios intereses, y hasta se dejan seducir por alguna dádiva. Otro gobernador reelecto apareció en estos días repartiendo dinero, como quien da limosna. Lo cierto es que ninguno de estos individuos tiene activada la “conciencia moral”.

Reparemos en la eterna continuidad de los caudillos provinciales, pase lo que pase, o en los eternos dirigentes sindicales que dicen representar los intereses de los trabajadores, pero lo inexplicable es que comenzaron como simples obreros y hoy son empresarios ultrarricos. No hablemos de los privilegios que el gobierno de turno le confiere a ciertos grupos empresariales, al extremo que el brasileño Aílton Krenak sostiene que el Estado está muerto y en el mundo somos gobernados por corporaciones. Entiendo que si bien el fenómeno no es exclusivamente nuestro, sé que hay países que combaten estos vicios con duras penas.

Un sector tradicionalmente favorecido vive en el limbo, otro buscando la salida del laberinto (clase media), y un tercero en la absoluta desesperanza, donde se cuela la marginalidad impuesta y el delito. Mientras tanto los jóvenes se enojan, con razón, pero ignoran por falta de experiencia, que los políticos son expertos en trampas cazabobos, como el hecho de destruir una casta para reemplazarla por otra.

La retrotopía de un “paraíso perdido” que jamás existió y el canallesco adoctrinamiento como prisión de la mente nos está destruyendo como sociedad. Nos urge pensar y reflexionar con la propia cabeza, no con la de quienes mienten una y otra vez en provecho propio. Creer es mucho más fácil que pensar y, el miedo a pensar, es, el miedo a la libertad, o tal vez qué hacer con ella…

La pobreza en todas sus manifestaciones más las dádivas constituyen la fórmula que lleva a la sumisión o la esclavitud. Las dirigencias, salvo algunas pocas excepciones, han optado por vivir otra realidad, sin embargo el ciudadano de a pie debe reclamar por sus derechos y cumplir con las obligaciones que son legítimas. Dicen que ningún político logra distinguir el amor al poder del amor a sí mismo. Algunos me impresionan como narcotizados por sus propias palabras. No hay duda que el poder es una droga dura, y pocos logran salvarse de la adicción…

Hace unos días en el semanario Perfil decía que la Argentina es inexplicablemente paradojal, uno de los pocos países en el planeta con multiplicidad de recursos naturales, incluyendo el factor humano, pero con vicios estructurales que le impiden desarrollarse. Como ser, aquí no hay conciencia que los dineros públicos son los dineros de los contribuyentes y que están destinados al Bien común, de allí que haya tantas fortunas malhabidas. La lógica del trabajo hoy es desconocida por millones de habitantes (familias que llevan tres generaciones de desocupados). La educación que otrora fue motivo de orgullo con justa razón, es sustituida por el adoctrinamiento partidario para crear un servilismo todoterreno que acepta un relato apócrifo mientras tanto las necesidades vitales se multiplican. Un panorama que produce vergüenza ajena.

Los países desarrollados nos aventajan porque en lo colectivo han actuado con inteligencia (más allá de ciertos cuestionamientos o traspiés morales y éticos), sin embargo en lo individual nos equiparamos, pues éste es un país de individualidades, al extremo que esas individualidades son reconocidas en el exterior mientras aquí se las ignora olímpicamente. Recuerdo que en una oportunidad, mi querido amigo y colega José Alberto Mainetti, maestro y pionero de la bioética en América Latina, me dijo que los argentinos nos conocíamos en el extranjero… Y tenía razón, tenemos verdaderos talentos que son reconocidos en centros del primer mundo y a su vez son desconocidos hasta en el propio barrio.

A pesar de la complejidad que estamos viviendo y que preanuncia un fin de ciclo, cuyas consecuencias ignoramos, y de la inflación que atraviesa y castiga todos los sectores de la sociedad, no hay secretos, cualquier dirigente sabe lo que hay que hacer. Claro que una dirigencia con “conciencia moral” no puede pedirle al ciudadano sacrificios que ella se niega hacer, pues, la confianza se gana con ejemplaridad. Lo curioso es que cultivamos una simbología que pretende sustituir el dilema de nuestra realidad. Y para colmo nos enorgullecemos de tener un país que pudo ser una potencia pero que no fue…

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